plaza del toro

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25 de noviembre del 2022. 8:00 PM.

Era un día nublado, de esos que parecen absorber la luz y el color del mundo. A lo lejos, el sol se ocultaba tras un manto de nubes grises, como un rey derrocado que se niega a abdicar. A pesar de su presencia, el cielo amenazaba con una lluvia que nunca llegaba, como nuestros sueños, siempre a un paso de alcanzarse y, sin embargo, siempre esquivos.

Nos encontrábamos en el patio trasero de la casa, un espacio que había sido, en algún momento, un refugio. Mis amigos y mi hermano se movían a mi alrededor, pero la risa se sentía forzada, un eco vacío que rebotaba en las paredes del lugar. La parrilla chisporroteaba, lanzando al aire un aroma de brochetas 🍢 que, en otros tiempos, había sido sinónimo de alegría, de celebración. Hoy, se sentía como un recordatorio cruel de lo que podría haber sido.

Mientras dos de nosotros nos encargábamos de cocinar, un silencio tenso reinaba en el grupo. Miraba a mis amigos, sus rostros algo cansados y apagados, atrapados en una rutina que ya no parecía tener sentido. La tristeza era contagiosa; se filtraba por cada palabra y asentimiento, alimentando un ciclo de desánimo que parecía interminable. "¿Realmente esto es lo que hemos llegado a ser?" me preguntaba en silencio. ¿Acaso las risas de la infancia se esfumarían entre las llamas como las brasas en la parrilla?

En un rincón, mi hermano intentaba romper el hielo con un par de chistes, pero sus intentos eran como piedras arrojadas a un lago en calma: hacían un pequeño splash, pero rápidamente volvían a sumergirse en la profundidad de la melancolía. La condescendencia se había vuelto nuestra moneda en este día. La idea de disfrutar, de dejar los problemas atrás, se encontraba enterrada bajo la realidad aplastante de la incertidumbre.

Mientras giraba las brochetas, podía sentir el peso de mi propia frustración. No solo cocinábamos carne; estábamos intentando cocinar recuerdos, desear que cada bocado se convirtiera en algo más. Pero en el fondo, sabíamos que esta era la última oportunidad. Las vacaciones que habíamos anhelado y los sueños que habíamos cultivado estaban desmoronándose frente a nosotros, como el fuego que se consumía, dejando solo cenizas y humo.

Miré al cielo, esperando que las nubes se despejaran, pero solo encontré una neblina densa que se mezclaba con mi desconsuelo. Cada chispa del fuego parecía un reflejo de nuestras esperanzas perdidas. Y me preguntaba, ¿qué nos quedaría después de esta noche? ¿Qué quedaría de nosotros si las risas se desvanecían y la brasa se enfriaba?

El día comenzó a nacer , y con ella, la sensación de que el día no era más que un eco de lo que alguna vez fuimos. A cada bocado de brocheta, se apagaba una chispa de lo que éramos y de lo que pudimos haber sido. La parrillada, que en otra época nos habría llenado de alegría, hoy solo se sentía como un triste recordatorio de un capítulo que se cerraba, dejando en su lugar una historia vacía.

Era un día nublado, y en el ambiente flotaba una mezcla de risas nerviosas y tensiones disfrazadas. No encontrábamos riendo, aunque algunas sonrisas eran más bien una sombra de lo que solían ser. En medio de todo, estaba él, un amigo a quien todos mirábamos con una mezcla de apoyo y desesperación.

—"Mamá, déjame ir. Mira que todos van," decía, creando una pequeña batalla de palabras contra la figura imponente de su madre, quien, desde la cocina, parecía ser el último bastión de las preocupaciones.

—"Si todos ellos se tiran del puente, tú también lo harás," replicó ella con un tono que de inmediato cortaba la alegría en el aire.

Quería reír, pero sabía que la situación era más grave. Para él, esta salida representaba mucho más que un simple viaje; era una oportunidad de escape, una forma de probado que no era solo el hijo que debía someterse a las normas de su madre. En su mirada desesperada, ví el reflejo de mis propias luchas, y me sentí impulsado a ayudarlo.

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⏰ Última actualización: Oct 26 ⏰

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