Te conocí un 10 de Abril de 1999

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El sabor insípido de una manzana en la mañana no era capaz de saciar su paladar, que de forma monótona depositaba sobre el plato de fruta decorado. El sol se filtraba por la cocina estilo occidental, donde residían, mientras que su esposa estaba cocinando.

Sus ojos opacos se fueron al calendario.

22 de Octubre del año 2...

¿Qué importaba el año?—se preguntó con desgano.

El amargo recuerdo de hace solo quince años golpeaban sus adentros, odiando ese 22 de Octubre, porque fue en un 22 de Octubre donde se separaron.

Ya era un adulto, un hombre con familia, admirando como su esposa preparaba todo para cuando sus hijos se levantaran.

Debería de sentirse feliz, dichoso, no cualquiera era un famoso escritor de novelas dramáticas con dos hermosos hijos y la esposa que superaba al promedio en belleza, feminidad e igualdad. Su casa estaba adornada con la temporada otoñal y su bmw esperaba a que subiera y presumiera su status plasmado.

No estaba feliz.

No era feliz.

Fue un 10 de Abril de 1999 cuando lo conoció.

10 de Abril 1999.

Los cerezos adornaban todo Japón con la bienvenida de la primavera. Para él, solo era un día más cualquiera.

No podía disfrutar de las hojas que se mecían, ni mucho menos de sus compañeros que se reencontraban con saludos emotivos, abrazándose, haciéndose reverencias, compartiendo anécdotas. Él no era así; solo era un jodido melancólico que no disfrutaba del momento. Pasaba y caminaba tal un fantasma, ignorando a todos, denominado como un apartado.

Nunca fue capaz de que las simplezas de la vida lo llenaran de dicha.

Caminaba por los pasillos, escuchando conversaciones ajenas, así como profesores que les regañarían por su imprudencia.

Era un cansancio extenuante donde no fingía el más mínimo interés en pertenecer; se había resignado a la vida, a lo que era él. Posiblemente escribiendo en sus cuadernos sus pensamientos, sacando todo lo que estaba mal con él, porque de poder cambiar, amaría ser como los demás.

Ser llenado por sonrisas eufóricas, por sueños a futuro, por pensamientos emotivos y con sentimientos explosivos.

Nada.

No había nada que hiciera latir su corazón con rapidez.

Era una constante lucha de silencio. Había pequeños ecos en su cerebro diciendo que era lo normal y que no, sacando a relucir su anormalidad, tal era el profesor que se adentraba al aula, saludando a todos, dando indicaciones redundantes. Sus compañeros eran los mismos que los de la temporada pasada, nada había cambiado, todo era...vacío.

El almuerzo, la clase de gimnasia, las pláticas.

Tenía un nudo en su garganta cuando se desesperaba; quería correr, gritar y escapar. Quería arrojarse a un río, dejar de sufrir, posiblemente con la esperanza de trascender. Su último intento fue dos semanas antes de entrar a clases, teniendo aún la vergüenza en sus muñecas, repudiado por su tutor que le juzgaba por lo malcriado que era. Claro que no lo comprendían. Era un joven rico, atractivo y prodigio.

¿Qué más podría desear alguien como él?—se preguntaba.

El primer día de clases terminó, como solían hacerlo siempre: expectativas vagas vomitadas en melancolías.

Su única manera de evitar la realidad era con los libros que le acompañaban desde su nacimiento. Historias de hombres que sufrían, que lloraban y que maldecían. Esas historias donde se sentía comprendido por no ser tan humilde.

Good Luck, Babe - SKKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora