3.- 3 de Junio de 1999: almuerzo como agradecimiento

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22 de Octubre de 2XXX.

Era un escritor famoso. Un escritor que llenaba a los desafortunados de oportunidades y de entendimiento.

¿No es lo que hace el escritor durante las noches de adviento?

Narrar sobre lo conocido, sobre los sentidos, sobre los momentos vividos. Eso es lo que hace el hombre al verse poco comprendido; al sentir que no perteneces, que nadie te entiende, que eres extraño entre corazones latentes.

Siempre escribió historias trágicas, donde el amor nunca ganaba, porque no conocía la dicha de verse guiado por un sentimiento que siempre era nombrado. Era un ser guiado por la poca hambre, por las brasas del cigarro, escondido entre sonrisas hipócritas y plenitudes poco desbordantes. Su mundo era en blanco y negro, no había muchos matices, solo el sabor insípido de la manzana en la mañana o el whisky a las rocas.

Era un escritor que narraba lo que conocía: la tragedia de la guerra interna.

El hombre que no era capaz de ser feliz, porque así era la vida, guiadas por oportunidades rechazadas y por momentos poco tolerados. El hombre cobarde, que tenía todo lo que la burguesía adoraba en sus manos blancas y privilegiadas, dañándose con el lápiz viejo, narrando y describiendo cada arrepentimiento, porque en esa vida era lo único que conocía.

Supo a los veinte que su destino no era ser un hombre feliz.

No todos tenían la dicha de levantarse con el sol sonriéndote, ni mucho menos escuchar un musical sobre las enseñanzas de los días ni de las memorias perdidas.

Por eso, entre el cansancio físico y emocional llegó al único lugar donde podría ahogar sus penas, donde podría confesar frente a una copa de vino, que no era del todo feliz. No era un hombre lleno, ni mucho menos era un hombre sin arrepentimientos. No, frente a su copa transparente declararía todo lo que callaba en sus adentros. No sería ese profesor emocionado donde narraba lo que Platón veía del universo, ni sería Sócrates añadiendo su sabiduría por los libros de sus jóvenes aprendices.

Sería un hombre sincero: un hombre que le calaban sus decisiones.

—¡Hey viejo!—la voz de su amigo rubio le obligó a sonreír forzadamente, quitándose su casco, caminando con la seguridad de sus botas militares.

—Albatross—saludó, admirando la madera del bar, donde el adulto hacía limpiando copas y vasos de vidrio.

Era un día cualquiera, vacío, pocos clientes. Pocos serían los idiotas que tomarían en un día como ese, pero él era la clase de idiota que buscaba consuelo al ser 22 de Octubre.

—¿Qué haces aquí...—la tela blanca quedó suspendida en el aire al ver al pelirrojo con un tono acusador después de parar su decir—. Es 22 de Octubre.

Chuuya sonrío de medio lado, sentándose frente al hombre que serio esperaba su declaración.

—Dame tu mejor vino.

—No deberías de tomar—siguió limpiando las copas, ignorando la petición de su amigo, dedicándose a únicamente tomarlo como un loco arrepentido—. Sueles tomar como si estuvieras de luto.

Porque lo estaba.

Era patético, porque seguía lamentando el amor de su juventud perdido, aunque esa era su vida. 

Entrelazó sus dedos, recargando su mejilla en el puente creado, cerrando sus ojos, abriéndolos con lentitud, mirándolo con la decisión de un emperador—Toda mi vida he tratado de seguir las reglas. Hoy no, sabes que hoy no puedo evitar querer ahogarme en alcohol.

—Lo entiendo. El alcohol no solucionó nada hace diez años, ni hace catorce años. No vengas aquí a que solucione algo que ya no tiene salvación.

Era rudo al decir, raro al ser un alma bromista, pero estaba demasiado agotado de ver a su amigo todos los años, en la misma época, ahogar sus penas con una gran cantidad de copas de vino.  Era momento de que dejara atrás a aquel que le rompió el corazón en cientos de pedacitos, por eso, tomó algo de agua y se la dejó, sirviendo los hielos de manera independiente.

Good Luck, Babe - SKKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora