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Buscando un esposo

aemma's perspective

El resto de la cena transcurrió con normalidad, la obviedad de que Lord Borros Baratheon ponía en tan buena fe y descripción a su heredero, por su deseo como el de todos los señores, de que él fuera su elegido. Sin embargo ella carecía de interés de un hombre ciertamente atractivo pero que sus únicos logros eran ganar torneos, ¿qué más le podía ofrecer Royce Baratheon más que los títulos nobiliarios y tierras heredadas de su progenitor? Esos estándares altos que tenía estaban ahí por algo y él no los cumplía. Dudaba que alguno de sus pretendientes lo hiciera, pero mañana le sería mostrado de lo que estaban hecho los ribereños y cualquier otro hombre pretendiente a su mano que hiciera tal viaje a Bastión de Tormentas. El plan inicial fue quedarse durante una semana o hasta que los caballeros durasen pero ella juraba que el plan se acortaría demasiado si mataba a alguna de las hijas de Borros Baratheon, coqueteaba demasiado con Aemond y esas caricias, la hacían hervir con un sentimiento incesante de rabia y odio.

—¿Se encuentra bien, su alteza?

—Por supuesto, Ser Royce, solo que a lo mejor la comida no me haya sentado bien. Eso es todo.

—Podemos pedirle a la cocina que hagan algo diferente para usted si está descontenta por el plato ya preparado.—sugirió Lord Borros.

—No será necesario. Ya es tarde y me retiraré a mis aposentos, mi señor.—contestó la Princesa usando el pañuelo para retirarse algún resto de la cena y dejándolo en la mesa mientras así se levantaba.—Si me perdonan. Que tengan unas buenas noches.

—Usted también, su alteza.—sonrió Royce Baratheon, con Aemma sonriéndole de vuelta.

Ese gesto fue visto por el príncipe Aemond quien se quedó mirando por unos segundos de más como la silueta de su sobrina desaparecía entre los oscuros muros de Bastión de Tormentas.

/•••/

La mañana siguiente se despertó ante el olor fresco de rocío, parecía ser que llovió fuertemente la noche anterior y no se dio cuenta de ello. Aunque de lo que sí se dio cuenta fue que durmió mucho mejor que la mayoría de días, eso debía de significar algo.

Realizó su rutina matutina: lavarse la cara con agua de rosas; llamar a alguna de sus damas de compañía—casi siempre resultaba siendo Elaina, con quien desarrolló más confianza.—para que le desenredara el cabello y se lo peinase como ella quisiese ese día. Optó por algo más común y simple, quiso que le hiciera dos trenzas que se unirían atrás; luego le decía que le trajera opciones de vestidos para el día. Un vestido de color morado con acentuaciones blancas, un vestido negro con detalles rojos bordados por la cintura y escote, por último, un precioso vestido de color rojo Targaryen con detalles negros bordados por las mismas zonas, siendo dragones que adornaban sus mangas y cintura. Escogió el último tras algunos minutos de indecisión.

Se puso un collar de oro con un rubí incrustado en el medio, regaló por su décimo octavo onomástico de su padrastro, el príncipe consorte Rhaegar Targaryen. Quién ella siempre bromeaba que estaba ya viejo y tenía un pie en la tumba.


—Luce hermosa su alteza.—comenta Elaina dándole el toque final a su rostro con algunos polvos.

—Todo gracias a tus esfuerzos.

𝐅𝐎𝐑𝐓𝐍𝐈𝐆𝐇𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora