Capítulo 2 - La noche de los depredadores

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La espada nunca alcanzó su objetivo.

Antes de que el golpe mortal pudiera descender, una energía enorme surgió de la oscuridad, golpeando al malherido líder con una fuerza brutal, lanzándole contra un árbol cercano.

El impacto hizo crujir sus huesos, y una nube de sangre salió de su boca mientras caía al suelo como un muñeco roto, con ojos abiertos por el shock y el dolor.

La espada cayó de su mano, inerte, rodando hasta detenerse entre las hojas húmedas.

Las bestias que estaban devorando a los hombres se detuvieron de inmediato, sus orejas se irguieron y sus cuerpos se tensaron. Los gruñidos se transformaron en susurros ansiosos, como si incluso ellas pudieran sentir que algo mucho más peligroso había llegado.

Sus ojos, brillantes y llenos de hambre, parpadearon nerviosos, retrocediendo unos pasos mientras sus cuerpos se ponían en alerta máxima, listos para defenderse de lo que fuera que había irrumpido en su festín.

De la penumbra, una cabeza monstruosa voló por el aire, aterrizando con un golpe sordo en el centro de la carnicería. Era la cabeza de una criatura, similar a ellas, pero más grande, con colmillos retorcidos y manchas de sangre aún fresca goteando de su mandíbula.

Las bestias reconocieron inmediatamente a su rey, el alfa de la manada. Su rostro, congelado en una mueca de dolor y rabia, mostraba los últimos vestigios de una feroz lucha antes de su muerte.

El horror se extendió como un veneno por el campo de batalla. Algunas bestias retrocedieron, emitiendo gemidos lastimeros, como si el sufrimiento de su rey resonara en sus almas.

Sin embargo, lo que había comenzado como una retirada no duró mucho. El gemido de una de las bestias se convirtió en un grito de furia, y pronto otras comenzaron a unirse, llenas de una mezcla salvaje de dolor y deseo de venganza. Las garras se clavaron en el suelo, y sus cuerpos, antes temerosos, se llenaron de una energía vengativa.

La niña, aún arrodillada junto al cuerpo de su padre, no comprendía del todo lo que estaba ocurriendo, pero sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo. Levantó la cabeza lentamente y su mirada se encontró con una criatura imponente que emergía de entre los árboles.

"¿Qué... qué es eso?"

Apenas podía creer lo que veía.

Un ser de cuatro patas, similar a un lobo, pero mucho más grande, con un pelaje oscuro como la noche. Su cuerpo estaba cubierto de profundas heridas de garras y mordiscos, algunas tan recientes que la sangre aún caía de ellas en gruesos hilos, empapando su pelaje hasta teñirlo de un rojo intenso.

A pesar de sus heridas, sus ojos brillaban con una fiereza incuestionable, una mirada que no mostraba signos de debilidad ni dolor. Al contrario, parecía alimentarse de la violencia, como si estuviera dispuesto a enfrentarse solo a la manada entera.

El líder, quien apenas respiraba contra el árbol, levantó la cabeza con dificultad. La sangre goteaba de su boca mientras sus ojos se clavaban en la criatura. Trató de levantarse, pero sus piernas no le respondían.

—¡¿Qué demonios...?! —escupió con furia, pero el dolor lo ahogó.

La criatura sangrienta se movió con una rapidez sorprendente, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para ella. Con un impulso de poder y ferocidad, su gran pata se estrelló contra el suelo, aplastando a una de las bestias que más bramaba.

Antes de que la criatura pudiera reaccionar, la bestia sintió el impacto brutal, y en un instante, la enorme mandíbula de la criatura se cerró con una fuerza devastadora sobre su nuca, desgarrando un gran trozo de carne y hueso.

El Juicio de los AscendentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora