Capítulo 12 - Rencores Arraigados y Maldiciones Pendientes

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La noche casi había pasado.

Una figura baja y encapuchada irrumpió lentamente en el claro del bosque, caminando con pasos pesados y refunfuñando para sí misma. La capa oscura cubría sus hombros, mientras que su barba blanca y descuidada asomaba entre las sombras de la capucha.

—¿Dónde demonios te has metido, maldito?.. —refunfuñó entre dientes, acariciándose la barba con frustración.

Se detuvo en el centro del claro, y mientras su mirada examinaba el lugar, su mente regresaba a un pensamiento recurrente

"Una cabaña... Debería estar aquí. Pero, claro, se desvaneció, igual que él." Una maldición se deslizó entre sus labios, como si el mero acto de pensar en ello le pesara en el alma.

Miró a su alrededor y su ceño se frunció mientras intentaba deducir qué demonios había ocurrido. Mientras escudriñaba el lugar, una sensación punzante se apoderó de él, una presencia.

Se detuvo en seco, alzó la vista y su boca se torció en una mueca de desprecio.

—Tyr... —gruñó el nombre como si fuera veneno en su lengua, palabras empapadas de un odio contenido.

Al otro lado del claro, una enorme criatura emergió de entre los árboles.

Cuatro patas musculosas y cubiertas de pelo negro la hacían parecer un lobo gigante, pero había algo inusualmente inteligente en su postura. Caminaba con la arrogancia de un ser superior, sus ojos brillaban en la oscuridad, y una sonrisa torcida cruzaba su hocico cerrado.

De su garganta surgía un sonido bajo, una especie de risa sin abrir la boca, como si disfrutara de su propio ingenio.

La figura encapuchada tensó la mandíbula, observando con desdén a la bestia que se acercaba.

El aire en el claro se volvió más pesado con la llegada de la criatura, y el silencio que seguía a su risa parecía cargado de malicia.

La criatura dio varios pasos dentro del claro y se detuvo. Su sonrisa se amplió mientras abría lentamente su enorme boca.

De entre sus colmillos afilados cayeron varias bolsas de monedas, algunas armas toscas y un par de accesorios de plata que tintinearon al tocar el suelo.

Cada objeto caía con un sonido metálico que resonaba como una burla en la quietud del lugar.

—No está mal,—se dijo la bestia a si misma, con un tono casi juguetón—. Un botín modesto, pero aceptable. No esperaba más de esos "cazadores".

El anciano Zharq, observó la escena con su ceño arrugado aún más pronunciado bajo la capucha.

Sus ojos pequeños y penetrantes, apenas visibles entre los pliegues de su rostro verdoso y cubierto de espesa barba blanca, destellaban con una mezcla de desaprobación y asco.

—Miserable criatura —escupió con desprecio—. ¿Robando a un grupo de cazadores muertos de miedo? ¿Eso es lo que haces ahora, Tyr? ¿Así te comportas siendo la "mascota del señor"? Te arrastras como un vulgar ladrón y ensucias su nombre con estos actos patéticos.

Tyr, quien aún llevaba una sonrisa autosuficiente, se detuvo en seco.

La felicidad que había danzado en sus ojos desapareció, dejando solo un destello de furia. Sus fauces se cerraron de golpe, y su mirada, antes juguetona, se tornó en un desprecio mal disimulado.

Un gruñido bajo emergió de lo profundo de su pecho cuando pronunció el nombre del anciano Zharq con veneno.

—Jarvick... —gruñó el nombre como si le quemara la lengua-

El Juicio de los AscendentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora