Angyara se recostó un momento más en el suelo de la cabaña, recuperando poco a poco el color en su rostro y tratando de sacudirse el malestar que le quedaba.
Sus ojos aún se sentían pesados, pero al girarse hacia un rincón de la cabaña, algo llamó su atención. Un gran bulto cubierto por una lona oscura descansaba allí, ocupando casi la mitad del espacio.
Inclinó la cabeza, observando con más detenimiento.
Las sombras del objeto cubierto danzaban tenuemente, movidas por el juego de luces que emanaban del fuego en el centro de la estancia. El peso de los recuerdos le cayó encima como una niebla densa, y sus pensamientos vagaron hacia el Rey Uldraxis.
—El Rey ha sido... generoso con nosotros —murmuró, casi en un susurro, palabras que eran más para ella misma que para alguien más.
Ralkar, ocupado aún con sus botas, no pareció escucharla, pero Angyara siguió sumergida en sus pensamientos.
La imponente figura de Uldraxis siempre había mantenido una distancia fría, como si el peso de su corona lo apartara de los mortales comunes. Sin embargo, Uldraxis había permitido algo que Angyara jamás habría imaginado posible.
"Un verdadero rey... Un verdadero rey entiende el valor de lo que se ha perdido y lo que aún puede salvarse." El pensamiento cruzó su mente con una certeza que la sorprendió.
Cerró los ojos brevemente, reviviendo el fugaz instante en que pudo estar con su madre. La calidez de ese abrazo, las palabras de amor que nunca pensó que podría decir. Un nudo de emociones se formó en su pecho mientras recordaba cómo, por primera vez, su madre y su padre estuvieron juntos con ella. Juntos, como familia.
Y todo gracias al rey. No solo un soberano, sino un ser capaz de dar ese tipo de regalos.
Angyara sonrió ligeramente, casi sin darse cuenta.
—Así es como debe ser un verdadero rey,— dijo, mientras sus dedos acariciaban la tela de la lona, queriendo descubrir qué secretos se escondían bajo ella.
Justo cuando estaba a punto de levantar la esquina, la risa de Ralkar interrumpió sus pensamientos. El sonido despreocupado llenó la pequeña cabaña, y Angyara giró la cabeza, sorprendida.
Ralkar, con sus botas finalmente bien puestas, se tambaleaba un poco, como si hubiera escuchado la broma más divertida del mundo.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Angyara, un poco irritada por la interrupción de su momento de reflexión.
Ralkar caminó hacia Angyara con pasos ligeros, como si no hubiese ninguna preocupación en su mente. Al llegar a su lado, colocó una mano sobre su cabeza y, con una ternura desconcertante, comenzó a acariciarla suavemente. Sus ojos, llenos de compasión, la observaban como si fuera una criatura frágil, pura e inocente.
A sus ojos, Angyara parecía un pequeño animalito que no duraría mucho en la brutalidad del mundo salvaje.
Angyara sintió el peso de su mano como una bofetada a su orgullo. Sacudió la cabeza, liberándose de su contacto, y lo miró con ojos llenos de agravio, como si su dignidad hubiese sido cuestionada.
La condescendencia de Ralkar la irritaba profundamente.
Ralkar sonrió, una expresión que parecía saber más de lo que decía. Sus ojos aún brillaban con esa mezcla de compasión y algo más, un atisbo de diversión quizás.
—No confundas los actos del Rey Uldraxis con generosidad... y mucho menos con bondad —dijo, en un tono suave pero firme, como si estuviera revelando una verdad innegable.
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El Juicio de los Ascendentes
FantasiaEn un mundo donde el odio y la venganza son las fuerzas que mueven los destinos, una niña que lo ha perdido todo busca sobrevivir, mientras una figura, misteriosa y poderosa, trama un plan que podría cambiar la realidad misma. Entre ellos, una entid...