Capítulo 9 - El Último Abrazo

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El aire en la sala del trono pareció vibrar de nuevo cuando otra voz etérea se alzó, pero esta vez era masculina, grave y profunda.

—Angyara...

La figura masculina parecía recién llegada al Umbral, su esencia aún vibraba con la energía de alguien que no hacía mucho había cruzado al otro lado.

Su forma, aunque similar en su distorsión y etereidad a la de su madre, poseía una fragilidad diferente, como si el tiempo aún no hubiera tenido oportunidad de desgastar completamente sus rasgos.

Era alto, su silueta tenue reflejaba el porte de alguien que, en vida, había sido fuerte y protector.

Los ojos de la figura, aunque ahora oscuros y vacíos, brillaban con un amor inconmensurable, el mismo que Angyara había sentido en las noches cuando su padre la envolvía en sus brazos, contándole historias bajo el manto de estrellas.

Sintió su respiración detenerse. Un torrente de recuerdos se abalanzó sobre ella con una fuerza abrumadora.

Recordó el bosque, la sangre, el cuerpo inerte de su padre desplomado en el suelo. La última imagen antes de que todo se volviera oscuridad.

La sensación de haberlo perdido para siempre la invadió de nuevo, y el dolor volvió a brotar desde el rincón más profundo de su ser, como una herida abierta que nunca sanaba.

—¡Papá! —gritó, incapaz de contenerse, en una voz rota por la mezcla de emociones que bullían en su interior.

Corrió hacia él, con sus pies pequeños resonando en la Æterpiedra mientras sus lágrimas comenzaban a caer sin control.

El mundo alrededor desapareció; no existía el trono, ni el Consejo Umbrío, ni las sombras serpenteantes. Solo él. Su padre. La única figura que había sido su refugio en la vida, ahora una aparición a la que deseaba aferrarse.

Pero cuando sus brazos alcanzaron su objetivo, cuando sus manos intentaron envolver el cuerpo de su padre, todo se desvaneció en un suspiro de sombras. No había cuerpo, no había calidez, solo vacío.

Sus manos atravesaron a su padre como si intentara atrapar humo, y su propio impulso la lanzó al suelo, sin fuerzas para sostenerse.

—¡No! —gimió, inundada de dolor.

Las lágrimas brotaron más intensamente, mojando el suelo. La impotencia y el dolor la sobrecogieron, más profundas que cualquier herida física. Su mente no podía comprender por qué no podía tocarlo, por qué el Umbral le negaba ese simple consuelo.

Al ver la escena que se desarrollaba ante sus ojos, Sorgos golpeó ligeramente su bastón contra el suelo, produciendo un sonido seco que resonó en la sala del trono. Sus palabras, apenas un murmullo, se perdieron en las sombras, conocidas solo por él.

La oscuridad misma pareció agitarse con su susurro, como si el Umbral mismo estuviera respondiendo a su presencia.

Angyara sintió que algo cubría su cuerpo, aunque no podía verlo. Era como si una fina capa de piel se formara sobre su ser, una sensación extraña, suave pero ajena, como si estuviera siendo envuelta en una membrana invisible.

Su mente, aún sumergida en el caos de emociones, tardó en reaccionar. Quería levantarse, pero sus piernas seguían temblando, el peso del encuentro con sus padres demasiado abrumador. El dolor de no haber podido tocar a su padre aún palpitaba en su pecho, como una tortura interminable.

Cada vez que cerraba los ojos, veía sus manos atravesando el vacío, incapaces de sostener aquello que más anhelaba.

Pero entonces, sintió una mano.

El Juicio de los AscendentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora