Capítulo 3.

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Arte.

"Honestamente te miro y solo veo una obra de arte"

Habían pasado días desde que tuve que cubrir el turno de Ilay en la cafetería y no podía dejar de pensar en ese chico. Había que admitir que era extremadamente apuesto, alto, se veía musculoso, pero no exageradamente, aunque su actitud parecía de un chico que tenía a todas a sus pies...

Era un hombre intimidante en todo el sentido de la palabra, y sus ojos... Dios, no salían de mi mente.

Una mezcla de lo que pude ver en ambos padres y no mentía, el chico tenía los ojos de distinto color, su ojo izquierdo era completamente negro, sin oportunidad de diferenciar el iris de la pupila, mientras que el derecho era de un celeste tan claro que era imposible no sentir que atravesaba tu alma.

Su cabello negro contrastaba perfectamente con sus ojos y de alguna manera que me resultaba imposible, en su rostro notaba un equilibrio perfecto que lo volvía demasiado atractivo e inevitablemente me hacía apartar la mirada.

Pero no era eso lo que llamaba mi atención.

"Él se disculpó" pensé.

Notó mi incomodidad y se disculpó, algo que honestamente nunca me había sucedido y eso fue lo que hizo que llamara mi atención, notó ese pequeño detalle.

- ¿Será posible que los caballos se alimenten en los próximos tres días hábiles, tita? – papá me sacó de mi ensoñación, lo observé, estaba en el cajón de la Ford acomodando las pacas de heno que se suponía yo debía estarle pasando.

- Perdón, pa. – retomé mi tarea, pero él solo me observó. - ¿Qué pasa?

-Desde que tu madre me contó que cubriste a Ilay en el trabajo te veo bastante pensativa, ¿Qué pasó allí que estás así? – ay papi, como te explico que tu hija es una tonta. – A ver, tita, háblame.

Bajó del auto, acomodó una paca a mi lado e hizo un gesto para que lo acompañara.

-Pero los caballos...

-Ya los hiciste esperar, creo que por unos minutos que conversemos no se moverán. – soltó con esa preciosa sonrisa paternal que siempre me regala.

Suspiré y me senté a su lado, él me miraba atento.

-El día que cubrí a Ilay...se suponía que Franklin vendría a hablar contigo y con mamá al fin, pero dijo que estaba trabajando - comenté desanimada- así que fui a la cafetería y luego de un rato allí, la maldita campana sonó y no sabes lo que la odio en estos momentos porque cuando salí, allí estaba él en una mesa con sus primos y algunos amigos.

Papá solo me observaba y yo continué.

-Me sentí como una completa estúpida y él solo se quedó sentado allí sin hacer nada, sin decir nada, continuó como si todo estuviera excelente... estoy cansada papi...cansada de no tener una relación normal, quiero que hable contigo, que pase tiempo conmigo y no solo hablar con él por teléfono como si estuviéramos en distintos estados.

Para este punto ya estaba llorando desconsolada, papá solo me abrazaba y acariciaba mi cabeza con delicadeza.

-Hay algo más ahí, ¿cierto, mi niña? – asentí, sorbiendo mi nariz – ¿quieres contármelo?

-Ese mismo día llegó un chico, una familia en realidad, pero él... - solté una pequeña risita – él era muy intimidante y me miró fijamente durante mucho tiempo, eso me incomodó, pero...

- ¿Te hizo algo? – papá me miró con el ceño fruncido.

-No no, en realidad cuando me fui a la cocina, por la ventanilla observé como su madre y su padre lo reprendían, su madre se ve muy expresiva – sonreí un poco ante el recuerdo, su madre con total seriedad señalando hacia donde yo había estado e imitando el gesto de su hijo, mientras al otro lado de la mesa su padre reía. – El caso es que no volví a salir y luego de un tiempo el chico regresó a pedir disculpas, eso nunca me había pasado, papá.

El arte de tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora