En la gran mansión Tohsaka, el aire estaba cargado de un silencio inusual. Rin, una niña de apenas siete años, miraba de pie a su hermana menor, Sakura, que estaba a punto de marcharse. Su padre, Tokiomi, la acompañaba, su figura alta e imponente se cernía sobre ambas. Era un momento que Rin no comprendía del todo, y en su mente infantil apenas comenzaba a entender el peso de las palabras que su padre le había dicho esa misma mañana.
—Rin, esto es lo mejor para todos. Sakura tiene otro destino, uno que será bueno para ella, y necesario para la familia —había dicho Tokiomi con tono solemne, como si ese simple hecho explicara y justificara la decisión que estaba a punto de tomar.
Rin observaba a su hermana, esperando algún tipo de reacción, tal vez una protesta o una súplica por quedarse. Ella misma había sentido la necesidad de quejarse, de hacer algo para detener aquella separación. Pero Sakura no mostró resistencia alguna. Su hermana menor mantenía una calma extraña, algo resignada, con la mirada baja y los hombros ligeramente caídos. Finalmente, levantó la vista y le dio una mirada suave y apacible a Rin, apenas esbozando un "adiós" antes de volver a mirar al frente.
La despedida fue tan seca y rápida que Rin apenas tuvo tiempo de asimilarla. Era como si, de repente, su hermana dejara de ser parte de su vida. Sentía una mezcla de tristeza y confusión, pero cuando volvió la vista hacia su padre, no encontró ningún signo de duda. Tokiomi la observaba con esa misma severidad tranquila, sus ojos oscuros y profundos, casi como si estuvieran calculando cada reacción de ella.
En ese instante, Rin comprendió que no habría vuelta atrás. La obediencia que sentía hacia su padre, y la admiración por su figura tan sabia y poderosa, le impedían contradecirlo. Si Tokiomi decía que aquello era lo mejor para Sakura, entonces ella debía confiar en ello, debía creer que había un motivo superior detrás de aquella decisión. Sin embargo, un leve vacío se formó en su pecho al ver cómo la puerta se cerraba tras la figura de Sakura, llevándose consigo la última visión de su hermana.
A partir de ese día, la vida en la mansión cambió drásticamente. Ahora, Rin era la única hija bajo el cuidado y la guía de Tokiomi. Esto implicaba que toda su atención y expectativas recaerían en ella. Aunque apenas era una niña, Rin se dio cuenta de la responsabilidad que significaba ser la única descendiente que continuaría el linaje y el legado de los Tohsaka. Su padre la trataba con una mezcla de seriedad y orgullo, imponiéndole estudios y entrenamientos diarios que a menudo superaban sus fuerzas, pero ella nunca se quejaba. Sabía que esperaba lo mejor de ella.
Cada mañana y tarde se transformaron en largas sesiones de estudio en la biblioteca de la mansión. Rodeada de libros antiguos y polvorientos, algunos de ellos tan viejos que se deshacían al tacto, Rin se sumergía en el mundo de la magia. Su padre había comenzado a instruirla en los fundamentos de la hechicería desde pequeña, pero ahora los estudios eran mucho más intensos. Tokiomi insistía en que ella debía ser no solo una maga competente, sino una verdadera heredera digna de la familia Tohsaka, alguien que pudiera enfrentarse a cualquier obstáculo con la fuerza y la dignidad que el nombre de su familia representaba.
Los primeros ejercicios eran relativamente simples, consistían en canalizar su prana para fortalecer pequeños objetos. Rin concentraba toda su atención en tazas, piedras y pedazos de madera, practicando la habilidad de refuerzo una y otra vez, hasta que sus manos temblaban y su mente quedaba agotada. Cada vez que lograba completar un ejercicio con éxito, sentía un destello de orgullo y satisfacción, sabiendo que estaba cumpliendo con las expectativas de su padre.
—Este es el camino de los magos, Rin —. le decía Tokiomi en uno de esos momentos, con una expresión mezcla de orgullo y exigencia-. No basta con hacer magia; debes entender cada hechizo, cada fórmula. Solo así podrás representar dignamente a los Tohsaka.
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Fate/Stay Night: El héroe vive
FantasiLa cuarta guerra del santo grial dejó consecuencias devastadoras, las suficientes como para no ser nombradas por lo horribles que son. Pero había un hombre, uno qué vivía matando a pocos para salvar a muchos, todo en función a sus sueños y ideales a...