Capítulo 4

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El ajetreo aumentó. Los soldados se movían de un lado a otro, preguntando si en verdad era el Mago del Viento. Bummös empezó a sentir como su estómago se retorcía ante la idea de estar cerca de uno de Los Seis. Lecceo no se quedaba atrás.

Había vivido casi toda su vida luchando junto a los grandes hechiceros del mundo. O contra ellos. Aún podía sentir en sus carnes los fuertes vientos que Hibelón emanaba de sus entrañas, o cómo sea que funcionase la magia para Los Seis. Y ahora estaba una vez más cerca de uno de ellos luego de cuarenta y cinco años.

—¿Por qué estará aquí? —preguntó Bummös, titubeando. Su rostro se encontraba pálido. Temía que las deducciones de Lecceo fueran ciertas.

El centurión arrugó el ceño.

—No lo sé, pero sin duda no puede ser bueno. La Reina tiene casi olvidado que existe el Bastión. Ninguna visita importante ha ocurrido en más de tres décadas.

Bummös sintió que la sangre ahora escapaba de su cuerpo.

—¿Hablas en serio? ¿Qué tan importante puede atraer la maldita atención de uno de Los Seis?

Lecceo se giró sobre sí mismo y miró a los ojos al capitán de los creerios.

—Bagúm.

Sin mediar otra palabra, los dos empezaron a caminar rápido por las calles, esquivando a los cientos y cientos de soldados que se habían reunido, esperando la llegada del Mago Del Viento. Lecceo tenía la sensación de que algo fuerte estaba por ocurrir. Algo verdaderamente fuerte. Quizás lo suficiente para hacer temblar los pilares del mundo; Bummös deseaba que no fuese así, y que fuera una simple y agradable coincidencia. Pero esa idea se escapaba de su mente, arrastrada por el viento.

La ciudad era vasta a pesar de ser un anillo. Los diez kilómetros de muro interno al externo podían tardar medio día en cruzarse si no se tenía un caballo que usar. Pero Lecceo no iba ir directo hacia la entrada, allá donde llegó el hechicero, sino hacia otro lado: el castillo negro. Se encontraba en el centro de la parte al norte, situada en la avenida más larga de la ciudad-fortaleza.

—Bummös —dijo Lecceo en voz alta mientras seguían avanzado entre la multitud que a este punto estaba a rebosar de dudas y sospechas. Ellos no eran los únicos asustados—, sígueme, Hibelón se detendrá en el Páramo de la Reina.

Pasaron los minutos. Ambos veteranos se estaban moviendo con la misma velocidad que en sus días mozos; Bummös con más dificultad. El resto de la población de la ciudad ya se había enterado de la presencia del Mago Del Viento. Aunque no todos tenían el mismo deseo de salir de sus hogares o trabajos para verlo con sus propios ojos. Si estaba aquí, era porque así mismo lo había ordenado Ella.

Pronto divisaron el imponente baluarte de la ciudad: el Páramo de la Reina. La estructura se encontraba rodeada de altos muros, hechos de acero negro. Se cuenta que fue el mismo Ha'Sag quién los construyó y erigió para tener aquella forma con púas y picos que sobresalían en cada esquina y atalaya.

Poseía por lo mínimo cinco torres: cuatro en cada esquina de los muros, y uno en el centro, tan alto que alcanzaba los noventa metros de altura y parecía tener una corona negra en su punto más álgido. Todas sus paredes y fortificaciones aparentaban ser lo mismo, con apenas algunos cuantos toques de óxido sobresaliendo de las zonas más remotas.

A pesar de nunca haber sido imbuido en magia, su propia silueta era capaz de hacer estremecer a los soldados imperiales. Lecceo habrá visto el castillo por lo menos un centenar de veces, pero siempre le ocasionaba pavor su presencia. Era un fuerte colosal a pesar de tener estrechos pasillos. Los muros, el doble de alto que los propios de mármol, y de varias calles de largo entre cada torre, parecían consumir todo el Bastión Blanco.

Las Puertas Del HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora