| Shameless | XXVIII

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Silvia llevaba un beanie, una chaqueta abrochada hasta el cuello, un pantalón y botas altas, todo de color negro. También tenía gafas de sol.

La escritora creía que se trataba de la misma ropa que había usado la primera vez que se habían visto en la terraza de su edificio, pero era difícil asegurarlo.

La ropa ya no se veía igual en ella.

Ella ya no se veía como ella.

Desde la distancia se podía apreciar una extrema palidez, mejillas hundidas y una increíble pérdida de peso.

La chaqueta ya no se ajustaba perfectamente a su cuerpo, sino que bailaba con éste. Sus pantalones ya no tenían muslos que abrazar, y María Corina estaba segura de que la pintora se había visto obligada a usar correa para que no se cayeran. Las botas altas ya no parecían una extensión de su cuerpo, sino una incomodidad para su caminar. El beanie estaba mal colocado, y las gafas intentaban ocultar algo. Su postura ya no era recta, y su mirada parecía haberse convertido en la mejor amiga del suelo.

Y no había seguridad en ella cuando se paró frente al atril, y no miró a nadie cuando comenzó a hablar.

-. Buenas noches -, saludó.

Ya no hablaba en un tono firme y alto.

Ahora su voz era un pequeño, roto y frágil susurro que el viento podría llevarse cuando quisiera sin pedir ningún tipo de permiso.

El estómago de María Corina se revolvió. Sentía una terrible necesidad de llorar.

-. Gracias por venir a mi exposición. Estoy muy agradecida por...

Pero María Corina no escuchó ni una sola de sus palabras, pues estaba demasiado concentrada en sus manos temblorosas, sus labios quebrados, sus mejillas sin color, su cabello despeinado y la visible caja de cigarrillos en el bolsillo delantero de su chaqueta.

No había estado lista para algo así. No habría estado lista nunca, mejor dicho.

Había deseado verla feliz, sin dolor en el rostro, con una sonrisa de superioridad. Había deseado verla junto a otra chica, amándola, besándola pasionalmente por todos los rincones de aquella galería.

Verla feliz junto a alguien más habría sido menos doloroso.

-. Tal vez se pregunten qué hay detrás de estas mantas -, la escritora finalmente logró escuchar sus palabras, y con los ojos vidriosos la vio señalar la obra a su espalda -. Es una larga historia, pero voy a contarla. Necesito que la entiendan para que puedan sentirla también.

Pero María Corina, quien solo podía contener la respiración, no necesitaba saber la historia. Ella era parte de la misma, y sí que la había sentido.

-. Viví un tiempo difícil. Aun lo vivo, en realidad. Perdí a muchas personas que amaba, me dejaron, y yo me perdí con ellos -, en su voz ronca había una tristeza palpable, y la sala parecía haberse vuelto tan negra como su ropa -... Fue durante mi primera perdida, la muerte de mi abuela, que la conocí. Conocí a mi escritora sin historia.

La sala estaba silenciosa, tal vez demasiado, pero la mente de María Corina estaba llena de gritos que le ordenaban abrazarla.

-. Y sentí que tenía esperanza -, fue lo último que escucho de sus labios.

"Aun la tienes" Pensó, pero no era suficiente.

-. La invité a una cita una semana después de mi primera perdida. Ese fue mi intento desesperado de pedir ayuda cuando aún la quería -, su pecho se apretaba lentamente. La historia, pensó María Corina, puede ser realmente distinta desde otros puntos de vista -... Hablamos, nos conocimos, y me gustó. Tal vez demasiado.

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