Capítulo 1: El Silencio

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Marta se miró en el espejo del baño mientras secaba su cabello rubio, aún húmedo después de una larga ducha. La media melena le caía de forma desordenada, en mechones dorados que siempre había considerado su única conexión directa con el caos. Tenía casi 40 años, y aunque su rostro empezaba a mostrar ligeros signos de cansancio, su mirada seguía siendo tan intensa como cuando había comenzado su carrera en el mundo del arte.

Marta llevaba una camiseta blanca sencilla y unos pantalones oscuros no muy ajustados. En el cuello había acomodado un pañuelo de tonalidad oscura, dejando entrever su escote. Iba descalza, disfrutando de la sensación del suelo bajo sus pies. En la muñeca, lucía un reloj de cuero marrón, sencillo y clásico, que contrastaba suavemente con el resto de su atuendo.

Al finalizar, se dirigió al salón donde una agenda repleta la esperaba. Ser jefa de su propio equipo de artistas no era sencillo, pero lo había conseguido con años de esfuerzo y sacrificios. Desde que abrió su galería, se había asegurado de que cada exposición fuera un reflejo de su visión: mostrar arte que no solo fuera bello, sino que también contara una historia profunda.

Su éxito profesional había llegado con rapidez. Su nombre se respetaba en los círculos artísticos, y su galería, " Sueños de libertad", se había convertido en una referencia en la ciudad. Los artistas jóvenes la veían como una mentora, alguien capaz de pulir sus talentos, de darles un espacio y una dirección. Era conocida por su perfeccionismo y por su ojo agudo, siempre capaz de detectar el matiz de genialidad en cualquier obra, pero también de criticar con dureza cuando algo no cumplía con sus estándares.

Marta cerró los ojos por un momento, apoyando las manos en el escritorio de su despacho. En la pared frente a ella colgaban algunos de sus viejos bocetos, esos que nunca había mostrado a nadie. Había algo en ellos que la inquietaba, como si le recordaran una versión de sí misma que había dejado atrás.

—Marta, tenemos la reunión en diez minutos —la voz de Isabel, su asistente, la sacó de sus pensamientos.

—Voy enseguida —respondió, enderezándose y tomando su cuaderno.

Entró en la sala de reuniones con la misma confianza de siempre. Estaba rodeada de jóvenes creativos, artistas que dependían de su guía, de su ojo crítico. Pero mientras escuchaba hablar sobre la próxima exposición, un pensamiento cruzó su mente. ¿Cuándo fue la última vez que había pintado algo por sí misma? ¿Cuándo había sido la última vez que había sentido esa chispa de inspiración que solía impulsarla?

Se sorprendió al no poder recordar.

La reunión transcurrió sin problemas, como siempre. Marta daba indicaciones precisas, aprobaba algunas propuestas y rechazaba otras. Sabía cómo manejar a su equipo, cómo sacar lo mejor de ellos. Pero mientras todos hablaban emocionados sobre la próxima inauguración, Marta no podía evitar sentir que algo faltaba.

Cuando la reunión terminó, se quedó sola en la sala por un momento, observando los bocetos sobre la mesa. El arte del que estaba preparando para la exposición, era excelente. Sabía reconocer el talento, sabía admirarlo, pero ese día todo parecía plano.

Se levantó y caminó hacia su despacho, cerrando la puerta tras de sí. Encima de su escritorio estaba un pequeño cuaderno de dibujo que había comprado hacía meses y que aún estaba casi en blanco. Lo abrió lentamente, pasando las páginas en blanco con una mezcla de frustración y nostalgia. Solía ser capaz de llenar esos cuadernos en cuestión de días, pero ahora el simple hecho de tocar un lápiz le resultaba abrumador.

Había logrado todo lo que alguna vez soñó, era jefa de su propia galería, tenía reconocimiento, pero en su interior algo faltaba. Y ese algo le estaba consumiendo lentamente, como si el arte de otros no fuera suficiente para alimentar su alma.

Se preguntó cuánto más podría ignorar esa sensación.






Lienzo del alma - MafinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora