Capítulo 5: La encrucijada

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Fina se acomodó el bolso en el hombro mientras caminaba hacia la casa de Claudia. El sonido de sus botas resonaba en la calle mientras repasaba mentalmente la conversación con Marta. Había algo en Marta que despertaba su curiosidad, algo más allá de su apariencia reservada. Y aunque no lo admitía abiertamente, había algo de Marta que la inquietaba, como si detrás de esa mujer tranquila y profesional hubiera una historia aún por descubrir.

Al llegar, vio la fachada familiar de la casa de Claudia. Una estructura moderna, con ventanales amplios y decorada con buen gusto, reflejando el carácter metódico de su amiga.

Fina respiró hondo antes de llamar a la puerta. Era sábado por la tarde, el día perfecto para ponerse al día y tomar un descanso con sus amigas. Claudia le abrió con una sonrisa, su cabello castaño claro recogido en un moño elegante y ropa casual pero impecable.

—¡Fina! Pasa, Carmen ya está aquí —dijo Claudia, haciéndose a un lado para dejarla entrar.

Fina asintió y entró en la casa. El aromatizante de su casa le dió la bienvenida, y desde el salón escuchó la risa de Carmen, que estaba cómodamente recostada en el sofá. Carmen, siempre vibrante y llena de energía, su personalidad extrovertida llenaba cualquier espacio en el que estuviera.

—¡Fina, por fin! —exclamó Carmen, levantando una mano en un gesto exagerado de bienvenida—. ¿Todo bien? ¡Pareces distraída!

Fina sonrió con suavidad, dejándose caer en uno de los sillones frente a sus amigas.

—Sí, estoy bien. Solo he tenido un día... interesante.

—¿Qué pasó? —preguntó Claudia, sirviendo café para las tres en tazas de cerámica artesanal que probablemente había comprado en algún mercado local.

Fina tomó un sorbo antes de hablar, saboreando la calidez del líquido mientras buscaba las palabras adecuadas.

—Me encontré con Marta hoy —empezó, tratando de sonar casual, aunque sabía que sus amigas la conocerían demasiado bien para creerlo—. Ya sabes, Marta, la dueña de la galería esa tan famosa que todo el mundo habla.

Carmen alzó una ceja, intrigada.

—¿La mismísima Marta de La reina que parece salida de una revista de arte? ¿Y qué pasó? Porque tienes esa cara de que algo te ha sorprendido.

—Sí, esa misma. —Fina se rió un poco, sin poder evitarlo—. Terminamos hablando un rato, y me invitó a su galería... pero no a la parte que todos conocen. Me dijo que quería mostrarme sus trabajos personales, los que nunca expone.

Claudia dejó la taza en la mesa, mirándola con interés.

—Eso es un gran gesto. No cualquiera invita a ver sus trabajos más íntimos, y menos cuando lleváis tan poco tiempo conociéndos.

—Lo sé, y es eso lo que me tiene pensando —respondió Fina, cruzando las piernas y apoyando el codo en el brazo del sillón—. No esperaba que ella se abriera así tan rápido. En la galería parecía alguien tan controlada, casi fría. Pero hoy fue diferente. Hablamos de nuestras carreras, del arte, y... no sé, hay algo en ella que me resulta muy familiar, como si estuviera pasando por lo mismo que yo.

—¿A qué te refieres? —preguntó Carmen, inclinándose hacia adelante, siempre la más curiosa.

Fina respiró hondo, tratando de ordenar sus pensamientos.

—A ver, a ver, Fina —interrumpió Carmen, visiblemente intrigada—. No me digas que te has encontrado con una "alma gemela artística" en Marta. Algo me dice que esta mujer está buscando algo más que sólo pintar.

Lienzo del alma - MafinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora