La relación de Carlos y Charles se volvió un refugio para ambos en medio de la presión de la Fórmula 1. Entre la adrenalina y la intensidad de las carreras, encontraron consuelo en los momentos que compartían a solas, lejos de las cámaras y los rumores. Se escapaban en noches después de las carreras para contemplar el cielo o caminar por las ciudades que visitaban, sintiéndose ellos mismos, sin el peso de sus nombres ni el de sus equipos.
Un fin de semana en Mónaco, la carrera de Charles en casa, los dos estaban en la terraza del apartamento de Charles, contemplando el puerto. Sabían que cada vez era más difícil ocultar sus sentimientos. Carlos tomó la mano de Charles, apretándola suavemente, y se dio cuenta de lo mucho que le importaba.
"Charles, a veces pienso en lo que podríamos tener si no estuviera todo esto de por medio," confesó Carlos, con la mirada fija en el agua.
Charles lo miró, sus ojos reflejaban el mismo anhelo. "Sé que es difícil, pero cada momento contigo vale la pena. Nos tenemos el uno al otro, y eso es suficiente para mí."
Esa noche, bajo las estrellas de Mónaco, Carlos y Charles hicieron una promesa. Se cuidarían en silencio, vivirían su amor a su manera y se apoyarían sin importar lo que ocurriera en la pista o fuera de ella. Su amor se volvió un lazo secreto, algo que ni la velocidad, ni las carreras, ni las exigencias de la Fórmula 1 podrían romper.
Durante el resto de la temporada, se volvieron la fuerza y el refugio el uno del otro. Incluso en los momentos más duros, cuando uno de ellos no lograba el resultado esperado o sufría una caída, el otro estaba ahí. Un simple apretón en el hombro o una mirada compartida bastaba para recordarles su promesa. Sabían que, aunque el mundo no lo viera, ellos llevaban consigo el amor que los sostenía en la pista y más allá.