El sol resplandecía en el este mientras Arslan cruzaba el patio de armas e intercambiaba saludos silenciosos con los nuevos soldados de su padre. La culpa parecía engullirlo vivo. Leonard había dejado una esposa y dos hijos, y el príncipe había llegado a preguntarse si todo había sido por un capricho suyo. Era una infinita encrucijada entre el deber de servir al reino y el temor a haber fracasado.
Su madre le había dicho que todo soldado, al igual que él, conocía los riesgos de embarcarse en dicha misión. Arslan ya lo sabía. Lo que desconocía era cómo quitar aquella espina que se clavaba en su pecho al encontrarse con Eleonor dirigiendo los entrenamientos. La despiadada estratega carecía del humor de Leonard. El moño híper ajustado debía de drenarle toda la diversión del cerebro.
Arslan continuó caminando hasta llegar a los establos. El vendaje inmovilizaba su hombro a tal punto que no mover el brazo derecho resultaba de lo más cómodo. Con el paso del tiempo, los recuerdos se acomodaban en su respectivo orden: había caído en manos de una criatura salvaje; algo lo había atacado y Rasus se había retirado sin su permiso a todo galope, haciendo caso omiso de cada indicación que él le daba, a tal punto que, cuando hubo sorteado un tronco caído en medio del bosque, él había salido despedido. Eso fue lo último que supo hasta despertar en el castillo. El resto era un sueño.
—Veo que te encuentras bien —dijo al acercarse a Rasus.
—No puedo decir lo mismo. —Rasus sacó su cabeza por la ventana de madera y Arslan acarició su suave pelaje negro.
—¿Has salido de esta pocilga?
—Me dejan recorrer los prados libremente dos veces al día. Sin visitas a lugares de mala muerte en la ciudad.
El príncipe sonrió con desgano. Sí, eran lugares fatales, pero necesitaba recaudar información. El recordatorio jaló de las comisuras de sus labios al comprender que por un tiempo le sería imposible recorrer los puertos o visitar a mamá Helga.
—Quéjate todo lo que quieras, pero dudo que el viaje de regreso con Verona haya sido más divertido que nuestras escapadas nocturnas.
—¿De regreso adónde?
—Aquí, al castillo. Te encontró perdido en el bosque... —Arslan se apartó cuando Rasus relinchó.
—¿Eso te dijo? Se nota que los humanos nos ignoran.
Las cejas castañas de Arslan empezaron a enarcarse conforme se cuestionaba qué tan probable era que la consentida hija del cónsul se internase en el bosque. Apenas sí toleraba caminar bajo el sol sin sombrilla. O pisar algo que no fuera mármol.
—No fue ella quien te trajo de regreso, ¿cierto? Fue la guardia.
—Ni lo uno ni lo otro —dijo Rasus—. Es más, me preguntaba cuántas manzanas me darías por contarte la verdadera historia.
—Hay manzanos de sobra en los prados.
—Solo acepto rojas. Las verdes están ácidas.
—Hecho. —Arslan miró por encima de su hombro al oír pasos.
Un par de soldados se habían adentrado en las caballerizas para recoger a sus caballos. Entonces abrió la puerta del compartimento de Rasus y se adentró allí con un cepillo, listo para fingir que acicalaba a su corcel favorito. La incomodidad era notoria al realizar la tarea con la mano izquierda, pero se detuvo solo cuando los cascos y la conversación animada de los dos hombres dejaron de oírse.
—Verona dijo haberte traído a casa.
—Es una víbora; te dije que un reptil como esposa no era buena día aquel verano que pasasteis juntos...
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UN REINO ENCANTADO
FantasyElla ha tratado de olvidarlo. Él la ha buscado por años. En Onírica los rumores vuelan por las callejuelas cual golondrinas en primavera. Se dice que la maldición de Oblivyan se expande, que sus supervivientes poseen magia en sus venas, que el prínc...