El bosque rebosaba de vida: las aves de colores cruzaban de un árbol a otro, mariposas y colibríes revoloteaban en busca del néctar de las flores, y los manzanos cercanos al arrollo estaban abarrotados de frutos. Últimamente, Stella se internaba en aquel corazón verde con frecuencia para lidiar con el abatimiento de no haber vislumbrado un nuevo sueño. Su mente había vuelto a desplegar una pantalla negra durante las noches, sin chispas de colores, dulces palabras o cálidas sensaciones. Si a eso le sumaba la insinuación de Griffith sobre un posible origen mixto... Sentía que una condena le había caído sin cometer crimen alguno. ¿Era posible dominar sus dones? Quería creer que sí. No en vano se había pasado los últimos días interrogando a Jade, pero las pixies parecían tener un vínculo distinto con la magia que fluía a través de la salvia de los árboles. Además, Jade tenía sus propias preguntas. En especial ese día.
—¿No es emocionante? ¿Cuándo te presentarás frente a él?
Stella recogió una manzana roja y la guardó en la cesta.
—Debía de estar hablando de alguien más.
—No lo creo. —Jade se esforzaba por quitarle un fruto al manzano y Stella la ayudó—. Tú dijiste que buscabas a un chico alto y fuerte, de ojos azules tan hermosos como las hortensias y...
—No recuerdo haber proporcionado tal descripción.
—Bueno, quizá me haya recreado ahora que conseguí verlo con mis propios ojos. Sin embargo, buscas a un chico igualito a él, y él busca a una chica llamada Stella que supuestamente es de Dreampowder. ¿No es obvio?
—No —mintió con descaro, avanzando hacia el arroyo con la canasta pendiendo a la altura del codo—. O sí: Charles nos hizo pasar por los dueños de costosas tierras. De tratarse en verdad del príncipe, lo cual dudo porque el chico que yo vi vestía harapos, él espera casarse con una princesa, no una... curandera del bosque.
Las últimas palabras sabían a limón. De pie a orillas del arroyo que nacía en las lejanas Cascadas de Cristal, Stella contempló su reflejo. Justo cuando había creído que el destino le concedía un favor, venía a enterarse de que en realidad se burlaba en su cara. Inconscientemente, sus dedos jugueteaban con la brújula que colgaba de su cuello.
Algunas almas están unidas por el destino, recordó como si alguien se lo hubiera susurrado en un cuento. Lo único que Stella podía conjeturar, es que el Hada del Destino no era tan benevolente como se aseguraba en Onírica. Pensó en retornar a la cabaña, donde Griffith aguardaba por los ingredientes para sus pociones, pero entonces vio cómo un hilo rojo cual vino teñía las aguas.
—¿Qué es eso? —Jade se acercó a las aguas que susurraban contra las rocas.
Stella vio en sentido opuesto a la corriente.
—Proviene del norte —murmuró con sus ojos estancados en un conjunto de arbustos que impedían ver más allá.
Ni bien Stella recogió su falda, Jade salió volando a toda velocidad sobre las aguas cristalinas, desperdigando su estela rosa perlada cual cometa surcando los cielos.
—Oh, no... ¡Stella, ven!
Frente al apremio, Stella soltó la canasta y echó a correr. Por un instante temió lo peor, pero al escabullirse entre los arbustos de bayas azules comprendió que no se trataba de un mal irreparable como la muerte.
—Está herido. —Jade revoloteaba en torno a un caballo cuyo cuello presentaba un profundo corte. El corazón de Stella se comprimió y aceleró por igual a medida que se acercaba con cautela. Nunca había tenido un caballo, pero sí había curado a varios junto a Griffith. Este, sin embargo, había perdido todas sus fuerzas al tratar de beber un sorbo de agua, quedando su cabeza lánguida contra las rocas sobresalientes del arroyo.
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UN REINO ENCANTADO
FantasyElla ha tratado de olvidarlo. Él la ha buscado por años. En Onírica los rumores vuelan por las callejuelas cual golondrinas en primavera. Se dice que la maldición de Oblivyan se expande, que sus supervivientes poseen magia en sus venas, que el prínc...