—¿La verdad? —repitió Stella. Había muchas verdades envueltas en mentiras piadosas. ¿A cuál de todas se refería?
Ni bien miró a Jade por el rabillo del ojo, esta se lanzó a volar por la ventana. Stella deseó tener alas y hacer lo mismo. O al menos preguntarle qué tanto le había dicho al príncipe. ¿Le habría hablado sobre sus poderes? No se atrevería, quiso creer.
Lo único que sabía era que estaba en problemas. ¿Enviaban a la guillotina a quienes le mentían al futuro rey? Su instinto fue retroceder.
—Sí, bueno —empezó a deambular por la habitación, pero Arslan desconocía el significado de la palabra distancia; el príncipe se tomaba su tiempo para seguir sus pasos—, no es como si lo hubiera hecho adrede. De haber sabido que se trataba de usted...
—Ti —intervino Arslan—. No quiero que me trates de usted. Hablaba en serio en el almuerzo de hoy.
Stella torció el gesto. El almuerzo había sido otro aluvión de sorpresas indeseadas.
—Supongo que tampoco bromeabas con el asunto del dragón. ¿Para qué quieres uno? ¿No son suficientes los lujos del castillo?
Para su propia desgracia, Arslan esbozó media sonrisa y ella cesó el paso. Ahí estaba de nuevo: la sonrisa fácil. Fácil se trazaba en él, fácil se colaba en ella. Por un ínfimo momento, Stella pensó que podría pasar por un chico risueño de la ciudad, vestido con camisa blanca y pantalones arena metidos en sus botas hasta las rodillas. Lucía normal, pero ahora sabía que no había nada de normal en él.
—Al contrario: son demasiados. El dragón no es un antojo, es un plan.
—¿Un plan para qué?
—Me encantaría contártelo, pero... —Arslan ladeó su cabeza en sentido a la cama. Stella contuvo el aire, pero entonces él añadió—: aún no firmas el contrato.
—No estoy convencida de que sea lo correcto.
—¿Qué debo hacer para que lo estés?
—Nada. No se trata de ti —mintió—. No esperaba un viaje a los confines del mundo. Mucho menos a las Islas de Humo; se dicen muchas cosas sobre ellas, y ninguna es buena.
—Sería una oportunidad para conocernos mejor.
Stella frunció el ceño.
—No hay nada que saber. Verona dejó en claro que...
—Verona mintió.
—¿Por qué mentiría con semejante tema siendo parte de una corte? —replicó con el corazón en la garganta, consciente de cómo Arslan recortaba todavía más la distancia entre ellos. Cuando se detuvo, era como si se hubieran atascado en el estrecho pasillo de una biblioteca.
—Créeme; se me ocurren muchas razones —murmuró. Stella procuraba verlo a los ojos, pero no era capaz de sostener la mirada sin remolinos en el estómago de por medio—. El Hada del Destino nunca se equivoca en sus llamados.
—Ya te he dicho mi teoría al respecto.
—Si fuera así, habrías visto un barco, o el castillo. No nos habríamos encontrado cuando tú ni siquiera sabías quién era. Yo sí creo en el destino. ¿Tú?
¿Ella? Ella pensaba que el destino tenía un sentido del humor extraño. La tentaba con imposibles, porque no era tan ingenua como para creer que un príncipe desposaría a una sobreviviente, pero, a su vez, su cuerpo sucumbía ante la tentación de tocarlo cuando él extinguió la poca distancia que habían mantenido. Entonces pasó a ser lo único en su campo de visión; ojos del color del cielo, cabello rebelde y labios que deseó besar cuando uno de sus brazos rodeó su cintura.
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UN REINO ENCANTADO
FantasyElla ha tratado de olvidarlo. Él la ha buscado por años. En Onírica los rumores vuelan por las callejuelas cual golondrinas en primavera. Se dice que la maldición de Oblivyan se expande, que sus supervivientes poseen magia en sus venas, que el prínc...