CAPÍTULO 05

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••Erupción••

Herodes

¡Por satanás! No sé qué me exaspera más; si las ganas de comer pastel de brownie, algo de durazno o el vestido ajustado que viste Adler y que seguramente la está asfixiando o apretando demasiado.

Todo eso me está haciendo sentir que las manos me sudan en exceso dentro de los guantes de cuero.

Y debo sumar los pensamientos que no disipo desde que estuvimos en Salónica.

No debimos ir. Teníamos que habernos mantenido a raya y tal vez ahorita no estaría luchando con las ideas de un pasado que jodió a una niña que luego corrió con la mala suerte de caer en la organización en donde, al parecer, lo único bueno fue haberme conocido y convertirse en mi vital oxígeno. ¿O no fue bueno? ¿Pasará algo que nos aleje tanto como para no coexistir de nuevo?

Sino estuviera dispuesto a hacer todo por ella y nuestro futuro, estaría sintiéndome culpable de ser el jefe de la organización que mató a su familia. Yo mismo ejecuté a su padre, y en este punto me hubiera gustado hacerle lo mismo a su madre.

No me fío de lo poco que hemos conocido del pasado. Mi intuición no me lo permite.

Los indicios arrojan muchas respuestas que las confirmó aquel burdel en donde había una jodida estatua. ¿Cuál era el objetivo de eso? ¿Qué no he descubierto?

A toda costa trato de no sacar ese tema para una conversación. Prefiero quedarme con la zozobra antes que incrementar la de la mujer que observa por la ventana del auto desde que dejamos atrás la casa de Sebastián. Águila.

Vamos de camino a Incógnito.

Nadie dice nada sobre cualquier cosa que pueda eliminar el sepulcro.

Veo a Adler, ella no me mira, sigue con su atención en lo que ve a través de la ventana.

Dwayne. Su madre. El pasado. El jodido pasado. Todo parece querer crear una línea que nos divida, obligándome a quemar cada cimiento con tal de llegar a su lado y plantarme como un roble que la cubrirá con una sombra en donde nadie podrá llegar hasta ella.

Lo menos que necesito es indiferencias entre los dos.

Su silencio me duele más que haberla visto llorar cuando me contó sus recuerdos.

Y le da más vueltas a la zozobra si sigue así de callada.

Por el rabillo del ojo veo como Dimitri sigue dormido entre nosotros, con la cabeza sobre las piernas de su consentidora y la cola sobre las mías.

Él está durmiendo como yo quisiera hacerlo. Pero no puedo. Mi cansancio no es mental, solo físico y se debe a esa absurda teoría que Eugenio explicó; síntomas de embarazo. ¿cómo puedo llegar a sentirme así? Es ilógico. La embarazada es mi mujer, no yo.

Pensar en las náuseas, antojos y cansancio no hace más que inquietarme.

Me relamo los labios, pensando.

Del bolsillo interior de mi saco cojo el teléfono y se lo extiendo. Su huella dactilar basta para desbloquearlo, al igual que todas mis pertenencias.

—Lee eso —el documento ya está abierto. Una mente ocupada, piensa menos en los males—Es información que te ayudará a entender lo que haremos.

Desanimada, pero fingiendo que no, revisa lento.

—Ya estamos por llegar —avisa Dan desde el asiento de copiloto.

Hoy si presencia importa más a donde iremos. Fue quien organizó todo para el encuentro de hoy.

—¿Qué noticias han encontrado de Jayden? —pregunto, o el silencio me va a volver loco. Llevamos una semana en Sicilia y parece que estuviéramos en velorios constantes. Qué horror— El rastreador ubica a Megan en Ekaterimburgo. Otra cosa que voy a quemar.

GÉNESIS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora