16. Nos tenemos ganas

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16. Nos tenemos ganas


Lara


El alcohol me sienta cada vez peor, me estoy haciendo vieja.

Nada más incorporarme un pinchazo en la sien hace que me acueste de nuevo. Estoy para el arrastre. Ayer me pasé un poco bebiendo, pero al menos llegué bien y no perdí el bolso.

Por desgracia no bebí lo suficiente como para pillar un coma etílico y no decir una sarta de tonterías delante de Ilay. Tampoco bebí como para no acordarme de lo que dije.

Me toma un rato largo salir de la cama. Mientras permanezco sentada en el colchón ubicándome en el espacio tiempo, veo que Ilay me ha dejado algo de ropa en una silla, pero no la cojo. Me acerco al espejo para mirar si tengo el maquillaje esturreado por toda la cara y, tras comprobar que, efectivamente, así es, con las manos me limpio un poco bajo los ojos antes de salir de la habitación.

Al pasar por el salón no veo al vecino, así que me encamino a la cocina donde me lo encuentro sin camiseta. Está de espaldas, así que no me reservo y disfruto de las vistas con descaro. Sigue estando igual de bueno, sus músculos están bien definidos y su espalda ancha con su estrecha cadera le otorgan el físico perfecto. Tenerle así me hace extrañar aquella época en la que podía manosearle a mi gusto.

—¿Te importa si me doy una ducha? —pregunto acercándome. Él no parece sobresaltarse. Cuando se da la vuelta, mi mirada cae hasta sus abdominales, hasta que me hago consciente del descaro con el que le estoy mirando y subo la vista. Sus cejas están alzadas y sus labios esbozan una sonrisita arrogante.

—Se dice buenos días, chata —dice divertido y se apoya en la encimera, cruzando los brazos con aire despreocupado.

—Buenos días —mascullo a regañadientes y opto por pasar por alto el apodo de mierda porque es demasiado pronto para discutir—. ¿Te importa si me doy una puta ducha? —repito de mal humor; me va a estallar la cabeza y encima él se ríe.

—Estás en tu casa —responde dándome vía libre—, pero no tardes mucho, que estoy haciendo el café.

—Vale —farfullo y me vuelvo para salir de la cocina, pero no doy más que un par de pasos.

—En el segundo cajón del mueble del baño hay un paquete con cepillos de dientes nuevos, coge alguno, que te canta el aliento a Whisky —comenta divertido, pero yo no estoy de humor.

—Eres un imbécil.

No me doy ninguna prisa, me tomo mi tiempo para despejarme y junto al agua se va un poco de mi mal genio, dando paso a la vergüenza.

No estoy preparada para afrontar a Ilay después de lo de anoche, y sé que va a sacar el tema en cuanto tenga ocasión, así que mis opciones son mantenerme en plan hostil, permanecer escondida en el baño, huir o afrontar las consecuencias de mi embriaguez.

Ninguna opción me gusta.

Me visto con su ropa, me desenredo un poco el pelo y me echo el aliento en la mano para comprobar que huele fuertísimo a Whisky, y eso me produce náuseas. Abro el segundo cajón y saco el paquetito de cepillos de dientes que me ha dicho Ilay. Hay uno rosa y otro verde, opto por no ser cabrona y cojo el rosa.

Por desgracia no hay pasta de dientes de fresa, y el café me va a saber asqueroso.

Me toma un par de minutos mentalizarme para salir y afrontar a Ilay, quien se encuentra sentado en una de las banquetas de la isla con la taza de café en una mano y el móvil en la otra.

Melodías para ella |Canciones de verano 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora