Capítulo 3:

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A medida que me adentraba en la isla, la vegetación se volvía más densa. Los árboles gigantes se alzaban sobre mí, con sus gruesas raíces extendiéndose por la tierra.

Mis patas se hundían en el suelo blando a cada paso, dejando huellas tras de mí. El terreno era mucho más húmedo que la arena de la playa, con un olor a tierra fresca y hierba mojada en el aire.

De repente, un movimiento en el rabillo de mi ojo me hizo detenerme. A unos metros, vi un grupo de pequeñas criaturas parecidas a zorros. Eran del tamaño de un gato, con pelajes rojizos y colas largas que se movían con agilidad.

— ¡Kai! — llamé, intrigado. — ¿Qué son esas criaturas? — pregunté, manteniendo la vista fija en el pequeño grupo.

— ¡Oh! Esos son Volpiks. — respondió Kai, flotando a mi lado. — Son una especie bastante inteligente. Aunque no son particularmente fuertes por sí mismos, tienen una relación simbiótica con otro kaiju más grande, conocido como Terragorn. Los Volpiks limpian los parásitos del Terragorn, y a cambio, el Terragorn les brinda protección de sus depredadores.

— ¿Y dónde está el Terragorn? — pregunté, curioso por saber dónde se encontraba esa criatura tan grande.

Antes de que Kai pudiera responder, el suelo bajo mis patas comenzó a temblar.

— Ahí lo tienes. — dijo Kai, señalando a la criatura.

Giré la cabeza, y entre los árboles gigantes vi a la bestia emerger de las sombras del bosque. Era enorme, mucho más grande de lo que había imaginado. El Terragorn tenía un cuerpo robusto y cuadrúpedo, con seis patas poderosas que se movían pesadamente a cada paso. Su piel era gruesa y de un color marrón oscuro, como la corteza de los árboles a su alrededor, cubierta en algunas zonas por musgo y líquenes, lo que le daba una apariencia aún más camuflada. Su lomo estaba curvado hacia arriba, y unas espinas cortas pero gruesas sobresalían a lo largo de su espalda.

El tamaño de su cabeza era casi grotesco, con un hocico corto y chato que se abría en una boca repleta de dientes tan grandes como espadas cortas. Sus ojos eran pequeños en comparación con su cabeza. A pesar de su tamaño, los Volpiks corrían por su cuerpo como si fuera su hogar, limpiándole la piel y escondiéndose entre los pliegues de su dura coraza.

— Es enorme... — murmuré, fascinado y un poco intimidado por la criatura.

Me quedé mirando al Terragorn, completamente hipnotizado por su aspecto.

— Ryu, ¿te vas a quedar todo el día mirando al Terragorn? — preguntó Kai, interrumpiendo mis pensamientos.

— Bueno, no es algo que se vea todos los días, ¿sabes? — respondí, aún con la mirada fija en la criatura. — Es como si fuera un monumento viviente.

— Es impresionante, pero existen otras muchas criaturas casi igual de impresionantes o más. — dijo Kai, tratando de hacerme volver a la realidad.

Con un último vistazo al Terragorn y sus pequeños compañeros, decidí que era hora de seguir explorando.

Mientras avanzaba por el bosque, la luz del sol comenzó a ponerse, volviéndose el cielo de color anarangados.

— Kai, ¿conoces algún lugar donde pueda pasar la noche? — le pregunté, sintiendo la urgencia de encontrar refugio.

— Pues hay un lugar al norte que es seguro. — respondió Kai, flotando a mi lado.

Sin dudarlo, comencé a correr hacia el norte. Mis patas golpeaban el suelo con fuerza, haciendo temblar ligeramente el suelo a cada paso.

Después de unos cuantos minutos de carrera, finalmente llegué a la pequeña cordillera de montañas. Me detuve un momento para recuperar el aliento y admiré la cordillera que era cientos de veces más grande que yo.

— Kai, ¿dónde está la entrada de la cueva? — pregunté, mientras buscaba la entrada de la cueva.

— Justo allí, entre esas rocas, puedes ver la entrada. — respondió Kai, señalando a unas rocas que estaban a la izquierda.

Me acerqué y encontré un pequeño agujero que apenas cabía una de mis garras.

— ¿Y cómo se supone que voy a entrar por ahí? — le pregunté a Kai, un poco molesto.

— Fácil. Rompe la pared. — dijo Kai como si fuera lo más obvio del mundo.

Suspiré, algo frustrado. Sabía que Kai no me estaba tomando el pelo, pero la idea de tener que abrirme camino a golpes no me emocionaba demasiado.

— Muy bien, vamos a comenzar. — murmuré, mientras comenzaba a cargar Rayo de Energía.

Sentí el calor familiar formándose en mi pecho abrí la boca y disparé un rayo azul directamente hacia la roca. El impacto fue fuerte, pero la roca apenas se astilló.

— ¿En serio? — bufé. — Vamos otra vez.

Cargué otro rayo y disparé de nuevo, esta vez generando unas cuantas grietas más profundas. Pero aún así, la pared se mantenía firme.

Volví a intentarlo dos veces más, pero apenas funcionaba. Cuando intente utilizarlo otra vez, no tenía suficiente energía.

PE: 2/25

— ¿¡Por qué no se rompe está roca!? — grite frustrado.

— La razón por la que es tan dura está roca es que contiene un mineral que redistribuye la energía que le disparas. — explicó Kai, con tono relajado, como si fuera algo que debía haber sabido.

— ¿Redistribuye mi energía? — repetí, incrédulo. — ¿Y no podrías haberme dicho eso antes?

Kai simplemente se encoge de hombros, como si la dificultad de la roca no fuera gran cosa.

Decidí que, si mis rayos no estaban funcionando, tendría que probar un enfoque más directo. Me preparé, tomé una respiración profunda y levanté mi pata derecha.

Con toda mi fuerza, golpeé la roca con un potente puñetazo. El impacto resonó en el aire y vi como las grietas se ampliaron notoriamente.

— ¡Bien, eso funcionó! — grité, animado por el resultado.

Con un renovado ímpetu, empecé a golpear la roca una y otra vez. Mis patas se movían con rapidez, cada golpe hacía que las grietas se hicieran más profundas y grandes.

Finalmente, tras un último puñetazo, la pared de roca cedió con un estruendo y frente a mí, se abrió un hueco lo suficientemente grande para que pudiera pasar.

En ese momento, apareció un panel flotante frente a mí:

Has desarrollado la habilidad: Puño Aplastante

— ¿Y esto? — pregunté a Kai.

— ¡Felicitaciones! — respondió Kai con una sonrisa. — Al golpear la roca con tanta fuerza, has desarrollado la habilidad: Puño Aplastante. Es un ataque físico potenciado que utiliza toda tu fuerza bruta para causar gran daño a enemigos o romper objetos resistentes. Como la roca que acabas de destruir.

Sonreí. No solo había abierto la entrada a la cueva, sino que ahora tenía una nueva habilidad.

— No está mal. — murmuré, aunque mis patas me dolían de tanto golpear.

Pasé por la entrada recién creada, adentrándome en la cueva. El interior era mucho más grande de lo que había esperado. El techo se alzaba a decenas de metros de altura y el aire olía a humedad.

Caminé hacia una esquina alejada donde el suelo parecía más liso y me dejé caer pesadamente, sintiendo el cansancio acumulado del día en todo el cuerpo.

— Es hora de descansar. — susurré para mí mismo, sintiendo cómo el sueño comenzaba a reclamarme.

A medida que me sumía en el letargo, dejé que los pensamientos sobre mi vida en este nuevo mundo fluyeran por mi mente. Había descubierto tanto en tan poco tiempo, y sin embargo, sabía que aun me faltaba mucho por descubrir.

Reencarne con un Sistema KaijuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora