El Sol

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El zorro no podía pegar ojo aún ser las 2:00. Ese día, con el dinero, había comprado los suministros para el hogar; suministros que le durarían un mes hasta la próxima visita con esa hiena. Se rascó el cuello dando un suspiro, antes de que unos cálidos brazos le rodearan, los brazos de esa Cheetah. Susurrando él le preguntó:

—¿Estás bien?

Pero ella no le respondió, tal vez por estar medio dormida o por su situación. 

El velorio sería en la tarde. Ambos compartían ese disgusto por aquél ritual de despedir a un difunto, pero ese en especial sería importante para ellos. La Cheetah tampoco podía dormir.

El sol entró por la ventana iluminando los ojos arrugados de Jeffrey. Éste, desganado, se sentó en la cama y observó a su novia de dos años y medio; aún con los ojos cerrados, él sabía más que nadie que ella también estaba despierta.

—Chelsey... Chelsey...

Ella soltó un largo gemido sin mover un pelo de su pelaje. Jeffrey giró la cabeza y salió hacia la cocina. Dejó dos panes en el tostador mientras preparaba un jugo de naranja en polvo. Sacó del frefrigerador unos huevos; con la paga de la hiena se había dado el lujo de conseguir huevos de gallina exportados desde México, donde recidían los hervívoros, pues los huevos que vendían las ágilas, los bhúos o los cuervos no le sabían tan bien.

Abrió el estante buscando las especias, sintiendo un alivio al observar éste lleno, pero también corcomido por el remordimiento. Chelsea llegó aún en pijama tallándose los ojos. Se sentó en la meza mientras Jeffrey servía el desayuno. Ambos comenzaron a comer sin decirse una palabra, ambos inmersos en sus propios dilemas.

Chelsey, el sabor del desayuno le recordó al que le solía preparar su padre. Durante catorce años éste se había mostrado como un padre amoroso, que aprendió a decir el nombre de sus dos hijas antes que el suyo. En un principio su ascenso había sonado como la mejor noticia para ellos, pero eso no hizo más que alejarlo, volverlo más estricto, paranóico y ausente, tanto así que en cuanto las dos chicas cumplieron 18 no les prestaba dinero más que de vez en cuando.  

Jeffrey, el sabor del desayuno le pareció decente, pero observó de nuevo la meza, la cocina, el comedor. No les faltaba comida en su plato, pero luego miró a Chelsey, y se cuestionó si realmente merecía la pena el precio que era, precio que no sabía si lo pagaba él o ella.

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