Epílogo

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—Entonces aceptas mi ayuda para tus deseos —dijo Belial, acercándose a mí lentamente, hasta que su rostro estuvo a solo unos centímetros del mío.

—¿Me lo prometes? —susurré, limpiándome una lágrima que se deslizó por mi mejilla, sintiendo una mezcla de esperanza y temor.

—Nosotros, los demonios, una vez que prometemos algo, debemos cumplirlo si no queremos acabar hechos cenizas por el fuego del infierno —murmuró, su voz suave como un eco en la penumbra, mientras con un dedo acariciaba la lágrima que caía de mi barbilla.

—¿Qué quieres a cambio, Belial? —pregunté, sintiendo que pronunciar su nombre me llenaba de una extraña energía, una mezcla de deseo y miedo. En ese instante, su risa resonó en la cabaña, un sonido profundo que hizo que mis piernas temblaran.

Su nariz se acercó más a la mía, y pude sentir su aliento cálido, entrelazándose con el mío en un instante que pareció durar una eternidad. Aquel contacto cercano era embriagador y aterrador a la vez; mi corazón latía con fuerza, como si intentara escapar de mi pecho.

Su otra mano se alzó con elegancia, y en un movimiento casi hipnótico, un mechón de mi cabello se enredó entre sus dedos. La calidez de su toque me hizo sentir vulnerable, y a pesar del terror que me invadía, una parte de mí anhelaba más de esa cercanía.

Se inclinó hacia mí, su rostro tan cerca que podía ver la luz de la luna reflejada en sus ojos oscuros y profundos. Su suspiro acarició mi oído, como un roce de pluma, y en ese instante de intimidad, susurró con una voz suave pero firme:

—Tu alma.


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Susurros de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora