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Después de todo lo que pasó con Willy, seguí adelante con la vida en un vaivén constante, entre subidas y bajadas, intentando dejar atrás lo que alguna vez fuimos. Las semanas avanzaban y, en noviembre, la rutina dio un giro inesperado. Rubén, un amigo de Mangel, mi hermano, empezó a molestarme. Al principio pensé que lo hacía solo para molestar a Mangel; después de todo, ¿cómo alguien como Rubén podría fijarse en mí?

Rubén era alto, jugaba baloncesto y era popular. Lo conocía desde que éramos niños, aunque nunca fuimos muy cercanos. Siempre había tenido ese aire de superioridad que me incomodaba un poco. Además, hacía dos meses que había terminado una relación de tres meses... ¡con mi prima! No podía descifrar qué buscaba conmigo, pero decidí dejarme llevar y ver qué pasaba. Empecé a jugar a su juego: le pedía cosas prestadas, comida, y él siempre accedía sin problema. Sin quererlo, nos estabamos acercando.

Pronto, Rubén comenzó a mostrarme más de su mundo. Yo no sabía jugar baloncesto, pero por él estaba aprendiendo. Y, poco a poco, lo fui conociendo más allá de lo superficial, era un chico tierno, su mayor sueño era volverse medico, adoraba con todo su ser el basket, tenia 2 perritos, su caricatura fovorita era un show mas, escuchaba a Milo J. Aún recuerdo nuestra primera salida a solas, a principios de diciembre. Mi hermano, al enterarse, armó todo un drama, mi mamá apoyaba el acercamiento. Mi papá.... no dijo nada.

Esa primera cita fue toda una aventura. Había planeado salir a comprar un regalo para una amiga mía, así que usé esa excusa para encontrarme con Rubén sin levantar sospechas con Mangel. La charla fluyó de una forma tan natural que perdimos la noción del tiempo, aunque Mangel terminó enterándose media hora después. Esa salida sencilla, que solo era una excusa, se convirtió en algo más importante para mí.

Creo que fue ahí cuando empecé a sentir algo más que cariño por Rubén.

Soltar-RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora