¿No te dolio?

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10 de mayo

Llegué al colegio con la esperanza de verlo apenas cruzara la entrada, pero el destino, como siempre, tenía otros planes. No lo encontré entre la multitud, y el vacío en mi estómago solo creció. Las horas se deslizaban lentas, como si el reloj se burlara de mi ansiedad. Mi mente no dejaba de dar vueltas: ¿Qué me diría? ¿Esto sería el final ?

Intenté mantenerme tranquila, pero mis mejores amigos notaron mi nerviosismo y se acercaron para darme ánimo. "Pase lo que pase, estamos contigo", dijeron, y sus palabras me reconfortaron; al menos, no estaba solo .

10:30 a.m.
El timbre del recreo resonó como un trueno en mis oídos. Una oleada de nervios recorrió mi cuerpo y, por un momento, me arrepentí . No quería enfrentarlo, no ahora. Pero sabía que no podía escapar; tarde o temprano tendría que verlo.

Con el corazón latiendo con fuerza, salí del salón y allí estaba él, esperándome en la puerta. Sus ojos, se encontraron con los míos. "Hola", dijo, su voz calmada contrastando con el caos en mi mente. "Vamos a la cancha de arriba". Asentí en silencio, incapaz de pronunciar una palabra.

Caminamos uno al lado del otro, el aire entre nosotros se sentía espeso, casi irrespirable. Rubén no decía nada, y yo tampoco me atrevía a romper el silencio. A pesar del sol que brillaba sobre nosotros, mis pensamientos eran una tormenta desatada. Al llegar a la cancha, nos sentamos en el pasto húmedo. Él respiró hondo antes de finalmente hablar.

—Mira... —empezó, su voz temblaba ligeramente—, sé que esto no es fácil... pero te amo, y por eso mismo tengo que ser honesto contigo.

Mi corazón dio un vuelco, como si estuviera a punto de romperse antes de saber siquiera lo que vendría.

—¿Qué pasa, Rubén? —pregunté en un susurro, aunque en el fondo ya lo sabía.

—Ayer... estuve pensando mucho. Esta oportunidad de entrar a la universidad, de estudiar medicina... es mi sueño, ya lo sabes. —Hizo una pausa, mirando sus manos entrelazadas—. He intentado equilibrar nuestra relación con mis estudios, pero no puedo, no del modo que tú te mereces.

Las palabras parecían cuchillos clavándose en mi pecho.

—Mi abuela vino a hablar conmigo ayer —continuó, bajando la mirada—. Sabes cuánto valoro su opinión. Me hizo darme cuenta de que necesito enfocarme, al menos por estos meses. Por eso... he estado pensando que tal vez deberíamos... —tragó saliva, como si las palabras le pesaran demasiado—, dejarlo aquí por un tiempo. Solo hasta que pase mi examen, y luego... podríamos retomar lo nuestro.

Me quedé en silencio, sintiendo un nudo apretado en la garganta. Mis ojos ardían, las lágrimas amenazaban con salir, pero me aferré a lo último de mi fuerza.

—¿Estás diciendo que... que nos demos un tiempo? —pregunté, mi voz quebrándose.

Él asintió con la cabeza, y sus ojos se humedecieron.

—Sí... No quiero que sientas que te estoy dejando atrás. Simplemente... no puedo darte lo que mereces ahora mismo. Y sería injusto para ti.

—Pero... Rubén, yo puedo apoyarte —mi voz salió más aguda de lo que esperaba—. Yo entiendo lo importante que es para ti tu carrera, y quiero estar a tu lado, aunque sea en la distancia. Puedo... esperar.

Él sacudió la cabeza con tristeza, y tomó mis manos entre las suyas.

—No quiero que te quedes esperando por mí. No sería justo —Me miró directamente a los ojos, sus pupilas reflejando el dolor que ambos sentíamos—. Eres una persona increíble, y te amo por todo lo que eres... pero en este momento, necesito enfocarme en mí.

Mis lágrimas, que habían estado contenidas por tanto tiempo, finalmente comenzaron a rodar por mis mejillas.

—Está bien... —dije al final, bajando la cabeza mientras el llanto me invadía—. Si eso es lo que necesitas... te respeto, pero no me pidas que no me duela.

Rubén apretó mis manos con más fuerza, como si quisiera consolarme.

—No estés triste... —pidió con la voz rota—. Solo serán unos meses. Te prometo que cuando todo pase, volveré.

—No... no me pidas eso, yo pense que aun podiamos... —susurré, sin poder mirarlo a los ojos. Me solté de su agarre y me levanté.

—Por favor, solo quiero que seas feliz—dijo, sus ojos rojos como si estuviera al borde de llorar también.

—¿Un abrazo? —pregunté, mi voz temblando. Una sonrisa amarga se dibujó en mis labios.

Él asintió, y cuando sus brazos me rodearon, sentí que todo a mi alrededor se desmoronaba. Nos abrazamos con tanta fuerza que por un momento deseé que nunca terminara. Pero eventualmente, el abrazo se rompió, y él me soltó con una última mirada llena de tristeza.

—Cuídate, por favor —me pidió en un susurro.

Asentí sin poder hablar, limpiando las lágrimas que corrían por mis mejillas. Me di la vuelta y empecé a caminar sin mirar atrás, tratando de mantenerme entera. Pero en cuanto llegué a donde mis amigas estaban jugando vóley, mis piernas flaquearon y me derrumbé en sus brazos.

—Se... se terminó —logré decir entre sollozos.

—Vamos, ven, no llores aquí —dijo una de ellas, rodeándome con un brazo y guiándome hacia el baño.

Mientras me llevaban, no pude evitar voltear una última vez. Allí estaba Rubén, ya en la cancha, con otros chicos. ¿Acaso no significó nada? Sentí como si un puñal me atravesara de nuevo. Mis lágrimas volvieron con más fuerza. ¿Por qué él parecía tan normal, tan... feliz? Mientras yo me desmoronaba, él parecía seguir con su vida como si nada, un un minuto habia pasado.

Mis amigas me rodearon, sus brazos firmes dándome consuelo, pero yo solo podía pensar en lo absurdo que era este final. ¿Cómo puede alguien dejarte ir y al minuto siguiente actuar como si todo estuviera bien?

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Carry_Larry

Soltar-RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora