INNERISLAND/ 5 / LUNA AZUL

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Quedaban pocos metros para alcanzar las estructuras esféricas de Siluth. Atrás, los inmensos campos de lisergina en los que millones de pequeñas flores estallaban al sol reventando en puro azul, como un mar de bengalas. Didier y Odren habían dejado de hablar durante unos minutos, el calor era sofocante y se sentían cansados después del viaje. Quemaba el viento del mediodía, azotaba sus rostros, tenía espesor de magma.

El hombre al que habían seguido se esfumó tras una puerta metálica ante la cual aún se conservaban los restos de un parque para niños que alguna vez fue, colorido y lleno de vida.

Iban a entrar, eso siempre formó parte del plan, pero no estaban convencidos de poder pasar desapercibidos. La gente de la Colonia era extravagante, heterogénea, pero también protectora de su zona y de su preciada sustancia a la que habían encontrado muchos y diferentes usos.

En un abrir y cerrar de ojos la puerta se volvió a abrir para dejar salir a una mujer y antes de que se cerrara Odren y Didier ya se habían introducido en la ciudad y caminaban tratando de aparentar normalidad, aún sin saber hacia dónde se dirigían.

Las vestiduras de la gente eran anacrónicas y al mismo tiempo acabadas con las técnicas térmicas y protectoras del 2100. Algunas mujeres llevaban trajes religiosamente correctos a tenor de alguno de los tres Estados y esto les llamó la atención ya que por la libertad imperante en Siluth nunca imaginaron que ninguna mujer querría someterse a normas tan restrictivas. Junto a ellas, no obstante, otras iban casi desnudas, apenas cubiertas con tejidos semitransparentes, luciendo cabezas rapadas y aspecto hermafrodita.

Ambos caminaban impasibles a sabiendas de que un solo gesto de sorpresa podría suponer la vida.

Unas escaleras mecánicas atiborradas de gente parecían llevar a todos como a una riada hacia la planta baja. Se dejaron llevar por la corriente con la esperanza de encontrar a Alanna , lo cual parecía difícil en aquel girar de desconocidos.

De súbito el aire se enrareció y de un lateral del pasillo llegó una melodía abstracta que a Didier lo atrapó de inmediato. La música brotaba de la puerta de un local ante el que la marea humana pasaba de largo. Era una entrada pequeña y decadente sobre la que colgaba un penoso cartel de neón en el que podía leerse: Luna Azul.

-Vamos ahí, quiero entrar-dijo Didier sin más.- Estás loco. No se nos ha perdido nada en ese tugurio-Odren pensó que su compañero deliraba porque estaba asustado.

-Tengo que entrar un momento-

-Te digo que yo no entro ahí. Alanna nos está esperando, hay que encontrar la esfera central-.

La música del local tejía ahora frases como olas que llegaban enredadas con el ruido y el rumor de la gente.

Didier corrió hacia la puerta y atravesó una cortina de terciopelo negro. El olor le era familiar, rancio, venenoso, la voz de la chica también. Un brazo cruzado sobre su esternón lo detuvo.

-No puedes pasar, esto es un club privado-.

Didier trató de atisbar el interior al tiempo que valoraba las posibilidades de esquivar al monstruo de tres metros que le bloqueaba el paso, algo altamente improbable si quería pasar desapercibido. Retazos de recuerdos le arañaban el subconsciente y bailaban en algún lugar de su memoria al son de la canción, pero nada llegaba a culminar en una imagen a la que poder aferrarse. Y ese olor...

-¿Qué es este olor?-

-¿Eres idiota?-el grandullón no había movido un solo músculo de la cara pero toda la rabia se le estaba coagulando en los ojos.

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