Through ~ a través ~

11

Aquella semana los hipogrifos salieron del cascarón. Fue un momento increíble para June. Había decidido pasar por allí antes porque los últimos días no tenía ganas de permanecer mucho tiempo en las zonas comunes.

Raina estaba especialmente insistente y a ella no le apetecía hablar de Ren, después de Ren y más tarde sí, también sobre Ren. Parecía que el chico la buscaba por la fortaleza con frecuencia, a veces para preguntar algo que ambos sabían que podía responderle cualquiera; otras, para saber sobre ella. Aquello provocaba un intenso interés en su amiga, además de sus constantes burlas. También generaba cierta curiosidad en June, aunque no se lo reconocería jamás.

La nave en la cual se encontraban las caballerizas era un lugar grande, luminoso y bien ventilado, donde habían construido decenas de receptáculos y salas destinadas a las necesidades de los animales que allí se encontraban. Había una zona de cuadras individuales para cada yegua o caballo, habitaciones que se utilizaban de almacenes para todo tipo de material, salas de almacenamiento para los alimentos... Todo estaba siempre organizado y ordenado, y disponían de un sistema de bebederos automático. Las últimas semanas habían trabajado en levantar unas salas especiales como criadero y habitáculo para las nuevas bestias híbridas de la Ciudad de la Luz. Se accedía a la nueva construcción desde el interior de la nave general, pero esta se encontraba completamente aislada por unas paredes de madera. Franqueando la puerta de separación, llegabas a un pasillo que separaba varias habitaciones y, al fondo, cuatro cuadras listas para cuando los animales las necesitaran.

Los enormes huevos de hipogrifo estaban en un voluminoso receptáculo fabricado con algún material resistente y transparente que se parecía mucho al vidrio, iluminado por varios focos en la parte superior. Lo habían colocado sobre una especie de jergón de paja que las copias habían acomodado en el suelo para tal fin.

La sala era toda de madera: paredes, suelo, vigas y techo. Mediante algún tipo de magia habían mantenido una temperatura bastante alta y constante en su interior. La luz del sol entraba por los ahumados cristales de las ventanas laterales, iluminando todo el lugar.

Cuando June había llegado, uno de los huevos se agitaba entre los otros tres. Corrió jubilosa hasta ellos y se acuclilló enfrente para observar. Se mantuvo muy quieta y en silencio mientras el huevo seguía moviéndose en un balanceo inseguro. Una pequeña grieta se abrió por la parte superior y ella supo que el nacimiento era inminente. Salió de la habitación y cruzó el pasillo hasta otra sala donde los trabajadores criaban ratoncillos de campo. Frente a la jaula habían dejado unos polvos para los primeros días de cría.

Preparó una papilla mezclando los polvos con agua y la llevó de vuelta al establo. Por el corredor se cruzó con un trabajador: un hombre de pelo entrecano y ojos marrones hundidos que ya había visto con anterioridad, pero ninguno de los dos hizo ademán de reconocer la presencia del otro.

Cuando se arrodilló junto al huevo, la grieta era mucho más grande y un pico chato y grueso empezaba a sobresalir por algunos agujeros de la zona superior. June alzó la parte frontal de aquella extraña caja transparente para tener total acceso y un intenso olor a humedad acre invadió el lugar. Al cabo de unos minutos, el huevo se inclinó hacia un lado y se rompió. Un animal del tamaño de dos puños rodó sobre la paja, dejando atrás unos hilillos de baba blanquecina que se estiraron entre él y la cáscara vacía. Quedó tumbado sobre las hebras de heno y abrió el pico para soltar un ruidito estridente. El hipogrifo tenía un cuerpecito pequeño, muy parecido al lomo de un caballo, con una larga y peluda cola, pero sus patas no eran cascos, sino garras. La pequeña cabecita, de ojos grandes y pico chato un poco curvo, estaba cubierta de una pelusilla húmeda y pegajosa. Y tenía unas preciosas y diminutas alas que había intentado desplegar sin éxito.