OBEDECER ES LA ÚNICA OPCIÓN
Cuando la catástrofe de los diez años asola la Tierra tal y como la conocemos, un grupo de exploradores encontrará la manera de romper el espacio-tiempo y viajar entre mundos paralelos, imponiendo una nueva clase social q...
Para todos aquellos lectores que sueñan y creen en la fuerza de la imaginación. Que este libro sea una puerta de aventuras sin fin y un rayo de fe para aquello que sentimos que no podemos cambiar.
Gracias por acompañarme en este viaje.
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El reloj digital de la pared marcaba la una y media, pero la joven no había pegado ojo en toda la noche, temerosa de quedarse dormida. Se irguió con tanto sigilo como le permitió el leve crujir del usado catre y miró alrededor. Unas cincuenta camas como la suya se extendían por toda la sala, ocupadas en su mayoría.
Casi soltó un suspiro de alivio al comprobar que nadie compartía lecho. No era infrecuente que alguna pareja con poco pudor retozara bajo las mantas alguna noche a pesar de los muchos ojos y oídos que los rodeaban. Por fortuna, en ese momento, solo se oía algún ronquido.
La chica se echó la sábana sobre los hombros, tapándose con ella por completo, y se alejó del colchón con cautela.
Se había acostado vestida, con unos pantalones y camisa oscuros, la capa, e incluso con las botas puestas. Había pasado las últimas horas muy incómoda, pero no podía arriesgarse a perder tiempo vistiéndose, y a ser oída en el proceso. Si la suerte la abandonaba, y algún compañero curioso alzaba la cabeza de la almohada, solo vería cómo se dirigía al baño tapada con la blanca sábana hasta las orejas para repeler el frío.
No miró atrás cuando por fin franqueó la puerta. Soltó el cobertor, lo lanzó a un rincón, y echó a correr por el pasillo. Edificio arriba, no abajo. Sabía que era imposible salir por la puerta principal, pues por la noche estaba cerrada con un código digital y dos guardias la custodiaban en todo momento. En media hora cambiarían los turnos y los compañeros que llevaban cuatro horas vigilando puertas y murallas podrían irse a la cama hasta el alba, sustituidos por sus frescos relevos. Por eso ella había elegido ese momento, cuando sabía que estaban más distraídos y adormilados, deseosos de pillar el catre.
Escapar de la fortaleza, habitada por más de cien guerreros experimentados, era todo un desafío. Uno que había dedicado días a planear. Al fin y al cabo, ahora también era uno de ellos.
Sabía a lo que se enfrentaba, tanto si conseguía su propósito como si no. Aunque solo llevaba allí seis meses, ya había podido comprobar que, en aquel lugar, las sanciones no eran proporcionales al delito. El mínimo fallo podía suponer un terrible castigo.
Había elegido ese día de la semana en concreto, consciente de la presencia de un muchacho que estaría en un punto de la muralla y con tendencia a cabecear.
Llegó a las escaleras de piedra y las subió de dos en dos, atenta a sus pasos para no tropezar. Asomó la cabeza por el pasillo superior y algo de tensión se le aflojó en los músculos. Estaba vacío. En ese corredor dormían todos los compañeros de las secciones cuarta y quinta, pero sus salas de descanso quedaban en el otro extremo y de milagro no necesitaba pasar por delante de ellas para salir al adarve.