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 «Voy a morir»

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«Voy a morir».

Las voces le repitieron otra vez que no, que saldría de allí viva, y pronto. Pero esa vez Chiara no las creyó. No podía soportar ni un minuto más encerrada en aquel lugar.

Entre temblores, sudores, sollozos y gritos, había pensado, había rectificado, había rogado, se había arrodillado y golpeado, y en aquel momento solo deseaba atarse una soga al cuello y acabar con aquella tortura.

Un nuevo gemido le brotó de la garganta cuando abrieron la puerta y tuvo que cubrirse la cara con las manos por el intenso pinchazo que la luz le provocó sobre los párpados. Los oídos le pitaban con intensidad y su corazón, rápido y débil, palpitaba contra sus sienes.

Su ropa estaba manchada de vómito, lágrimas, sudor y de su propia orina, pero ni siquiera se sintió avergonzada de ello cuando sintió unas manos que le acariciaban un hombro. Sin importarle quién, se lanzó contra esa persona y sollozó contra su pecho.

Miranda pronunció palabras de consuelo mientras le rozaba aquella sucia espalda presa de terribles temblores.

Cuando pudo levantarse, la acompañó al baño y la ayudó a lavarse. Durante el proceso, de manera suave y calmada, comentó lo mucho que Chiara había aprendido durante aquel tiempo en la sala del pensamiento, cuánto la había beneficiado su estancia allí y le aseguró que gracias a ello estaba convencida de que no se le ocurriría volver a hacer nada semejante.

La joven se lo juró de diferentes maneras y con reiteración, y la líder le comunicó que tenía el resto de la tarde libre hasta la hora previa a la cena. Después añadió que se alegraba de tenerla de vuelta.

Chiara salió de la fortaleza en busca de June, pero fue con Emael con quien se encontró primero. Se pasó una temblorosa mano por el húmedo pelo, incómoda al pensar en la mugre que la había cubierto por todo el cuerpo apenas unas horas antes, y de cuya sensación todavía no se había deshecho.

Se detuvo y esperó hasta que él acortó los pocos pasos que los separaban. Al clavar sus ojos en aquel rostro cincelado en piedra, no pudo evitar evocar la figura serena y amable que la había acompañado junto al lecho de su madre moribunda. Recordó la promesa que le había hecho cuando esta le rogó que velara por ella: «En la medida en la que mis posibilidades me lo permitan, le prometo que la cuidaré».

Emael fingió no percatarse de las marcas lilas que rodeaban la parte inferior de sus párpados, sus labios agrietados y sus uñas rotas y amoratadas, aunque pasó los ojos por todos y cada uno de esos lugares.

—Veo que has vuelto.

—Por fin.

Él sonrió un poco.

—Lamento mucho que tuvieras que pagar por mis errores —se disculpó la joven, con un murmullo.

—Discúlpate con June. Ella se llevó la peor parte.

Through ~ a través ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora