Capítulo 2: Manipulación

449 31 13
                                    

Lena Russell

—¿Se encuentra bien? —pregunté al verlo paralizado como idiota sobre el sillón. Sus ojos barrían mi cuerpo, como si fuera la primera vez que veía una mujer en su patética vida.

—¿Lena Russell? ¿Usted es Lena Russell?

—¿Tiene problemas auditivos? Sí, soy Lena Russell.

Se tomó unos segundos que parecieron una eternidad. Se removía sobre el sillón como si tuviera hormigas en el culo.

Me desesperaba verlo tan inquieto.

—Bien, qué bueno que está aquí —desató el nudo de su corbata y su sonrisa se ensanchó aún más.

Estúpido engreído.

—Me pareció muy de mal gusto que entrara a mi oficina y se reuniera con el Ministro, sin mi autorización. Comenzó con el pie izquierdo dentro de mi empresa.

—A mí me pareció muy de mal gusto encontrar mi currículum en el bote de basura —no quería dilatar el tiempo, sabía a lo que vine— evidentemente, ni siquiera se tomó la molestia de abrir la primera página, porque ni siquiera supo quién era yo.

—Para su información, yo no me encargo de elegir a los guardaespaldas —se puso de pie y llevó sus grandes manos hacia su espalda— lo hacen mis empleados. Yo solo doy órdenes, ¿entiende?

Maldito mentiroso.

-Míreme, señor Beckett —me incliné hacia su escritorio, dejando caer el peso de mi torso sobre mis manos apoyadas en la superficie— a los ojos.

Aclaré con firmeza, cuando el muy pervertido clavó sus ojos marrones sobre la piel desnuda de mis pechos, que se alcanzaban a ver por mi discreto escote.

—Allí la miraba, señorita Russell —caminó hacia la cava que sostenía las botellas de alcohol y dió un gran suspiro mientras se servía un trago— dígame, ¿para que desea que la mire... a los ojos?

—Me subestima. He trabajado antes como la guardia de la élite, sé perfectamente que son los mismos contratistas quienes se encargan de elegirnos. Así que míreme bien, y vea que no tengo ni una pizca de estúpida. Usted me rechazó apropósito, confiese y dígame por qué me rechazó.

—Señorita Russell, antes de responder a su pedido, tengo una pregunta para usted —removió el whisky con su dedo y lo chupó, con sus ojos puestos en los míos— ¿No cree que está siendo un poco narcisista? ¿Tan buena se considera que no puede aceptar que no está apta para este puesto? Mi criterio es objetivo.

—Soy consciente de mis habilidades. Siempre me destaco, adónde quiera que vaya, señor. No creo en las excepciones.

—Se han postulado más de 50 hombres.

—Es de esperarse, ¿quién fue el afortunado de quedarse con el puesto? Digo, han desechado un total de 49 currículums. ¿Al menos se tomó el trabajo de leerlos? ¿O dejó que el azar eligiera?

—Seré breve con usted. Me tiene las bolas a punto de reventar, y recién tengo el mal gusto de conocerla —habló con altivez— no tengo por qué darle explicaciones de lo que hago en mi vida. Usted, señorita Russell, no me agrada para ocupar el puesto de seguridad, ¿entiendes? Si cree que es tan buena, váyase a buscar trabajo en otra parte. Aquí no hay nada para usted. Ahora, váyase de mi empresa o la haré sacar a fuerzas.

—¿Usted me hará sacar? ¿Con quién? —me reí al cruzarme de brazos. Me divertía verlo tensarse. Era evidente que se irritaba con facilidad— vamos, llamé a su gente... me encantará estar todo el día en su oficina quebrando huesos, señor.

LA CONDENA DEL DESEO [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora