Primeros Pasos, Primeros Tropiezos.

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29 de noviembre. 2037

La misión era clara: derrocar al dictador. Pero para el escuadrón 27, claridad era justo lo que les faltaba. En cuanto el sargento gritó

— "¡A cubierto!"

Florencia se lanzó a una trinchera… que resultó ser un charco embarrado. Al otro lado, Clarissa revisaba su arma con la misma confusión que si fuera un rompecabezas.

—“¿Alguien sabe cómo se dispara esta cosa?”

Gritó, mientras Pedro intentaba recordar si el plan incluía prender fuego a su propio mapa.

—"Somos la última esperanza del pueblo"

Dijo el sargento, intentando sonar serio. Aún nadie sabía cómo no eran ellos los capturados.

Mientras el escuadrón 27 se sacudía el lodo y trataba de ponerse en formación (o algo parecido), el sargento Luis, resignado, los observaba con una mezcla de incredulidad y frustración. ¿Cómo había terminado liderando a los soldados más pendejos del ejército? Parecía una pregunta existencial que lo atormentaba día tras día. Miró hacia el cielo, en un intento de pedir paciencia o, en el mejor de los casos, algún tipo de milagro.

—“¡Atención, escuadrón!” gritó, con la esperanza de inspirar algo remotamente parecido a disciplina.

Todos se detuvieron. Florencia, aún cubierta de lodo, levantó la mano como si estuviera en una clase de primaria.

—“¿Sí, Flo?”, suspiró el sargento.

—“¿Dónde está el dictador otra vez?”

El sargento cerró los ojos y contó hasta diez, tratando de recordar que los tenía que llevar de regreso sanos y salvos.

—“El dictador, Flo, está en el palacio que vamos a infiltrar. El mismo que llevamos semanas vigilando, haciendo un plan. ¿Recuerdas?”

Flo asintió, como si realmente acabara de entender. Mientras tanto, Pedro, el “experto” en tecnología del equipo, sacó su mapa digital, que parpadeaba entre una imagen satelital y lo que parecía un juego de Tetris. Luis no podía decidir si Pedro era un genio incomprendido o un absoluto desastre; generalmente se inclinaba hacia lo segundo.

—“Estamos listos, sargento”, dijo Pedro, con una confianza tan firme como sus cálculos dudosos. "Según mi mapa, el mejor punto de entrada está... creo que aquí”, dijo, señalando la pantalla con un dedo lleno de polvo.

—“Eso es un árbol, Pedro..”

señaló el sargento, en un tono de voz que combinaba resignación y cansancio.

Clarissa, la más optimista del grupo, dio un paso adelante.

—“No se preocupe, sargento. Si entramos al palacio como distracción, alguien más podrá hacer el trabajo real mientras nosotros... bueno, distraemos. ¡Podemos ser una especie de... escuadrón señuelo!”

“Eso ya lo son sin intentarlo”, murmuró el sargento, demasiado bajo para que lo escucharan. Alzó la voz.

—“Escuchen, muchachos, solo hay una oportunidad de hacer esto bien. Necesitamos entrar sigilosamente, sin alertar a los guardias. Y por el amor de todo lo sagrado, dejen de hacer ruido. Nos están escuchando en la base de operaciones desde hace diez minutos.”

Los soldados intercambiaron miradas nerviosas, y Florencia, a modo de disculpa, dejó caer una rama que había estado cargando accidentalmente desde hace rato. Pedro, notando el silencio incómodo, decidió animar al grupo.

—“Vamos, chicos, piensen en esto como una misión de película. ¡Podemos ser héroes!”

Clarissa asintió, emocionada.

—“Exacto, héroes. Como en esas películas donde el escuadrón desorganizado se vuelve el equipo de elite que salva al mundo al final.”

“No he visto muchas películas que terminen así”, dijo Luis, sin perder la calma.

—“Pero está bien. Ustedes van a ser… héroes”, dijo, más para sí mismo que para el grupo, porque necesitaba creerlo si quería llevarlos a la victoria (o, al menos, de vuelta a casa).

Finalmente, el escuadrón avanzó hacia el palacio. Cada paso estaba lleno de tropiezos, susurros en voz alta, y un poco de pánico disimulado. Llegaron a la puerta trasera y, para su sorpresa, la entrada estaba despejada.

—“¡Listo! Esto está facilito”

susurró Florencia, abriendo la puerta con un leve rechinido que resonó en todo el pasillo. El sonido atrajo la atención de un guardia, quien se giró hacia ellos, sorprendido.

—“¡Distraigan al guardia!”

susurró el sargento. Sin pensarlo, Clarissa lanzó la primera cosa que tenía en la mano… un puñado de confites que había guardado en su bolsillo “para emergencias”. Los caramelos rebotaron por el suelo, y el guardia, confundido, los miró antes de soltar un suspiro exasperado. Pero antes de que pudiera llamar a refuerzos, Pedro, en un arranque de valentía, lanzó un tubo pvc sanitario 110 mm de 6 metros hoffens que tenia en su mochila en dirección al guardia, derribándolo accidentalmente.

—“¡Bien hecho, Pedro! Eso fue... efectivo”, admitió Luis con sorpresa.

—“Para eso estamos, sargento”

respondió , orgulloso, sin darse cuenta de que el tubo era en realidad un contenedor donde guardaban la comida y en realidad Pedro se confundió de objeto.

—“Espera… ¿esas no eran nuestras raciones?"

preguntó el sargento con un toque de horror en la voz.

“Eh… tal vez”, contestó Pedro, mirando el contenedor destrozado en el suelo.

El sargento tomó una profunda respiración.

—“Perfecto. Ahora, no solo estamos en territorio enemigo, sino que estamos sin recursos. Les dije que esto iba a ser una misión sigilosa, y ustedes han hecho todo lo contrario.”

—“Bueno, técnicamente sí fuimos sigilosos… hasta el momento del tubo pvc sanitario 110 mm de 6 metros hoffens..”

argumentó Clarissa, tratando de encontrar una excusa.

El sargento no respondió. Solo avanzó, mientras el escuadrón lo seguía en fila, sintiéndose extrañamente heroicos pese a su ineptitud. Para ellos, la misión aún podía ser un éxito… o algo así.

La Increíble Operación DesmadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora