Intenté ser positiva y ver todo esto como una nueva oportunidad. No me entristecía; al contrario, solo quería irme. Ya no me sentía respetada por mis compañeros, además de que odiaba ver a "I". Me daban náuseas y dolor de estómago solo al verlo, así que en el fondo agradecí tener que irme, aunque fuera una especie de exilio.
Al llegar el avión, subí y encontré un nuevo uniforme esperándome en mi asiento. Me lo puse y me senté. Despegamos, y tras un largo viaje, llegamos a una base militar en medio de la nada. Era obvio que no se trataba de unas vacaciones.
De repente, una voz interrumpió mis pensamientos.
—No sé qué hiciste, pero si estás aquí, debió ser terrible —dijo uno de los soldados que me escoltaba con tono burlón.
—Eso no te incumbe —respondí con seriedad.
—No seas insolente. Espero que te pudras aquí —murmuró, y trató de golpearme con su pistola.
Tomé su arma y la desarmé en un instante.
—Mejor no te metas conmigo, soldado —dije, seria, mientras le devolvía el arma sin balas.
El soldado, visiblemente impresionado, tomó su arma y recogió las balas junto con el cargador. Pronto, me bajé y me dirigí a la entrada. Me revisaron y permitieron mi paso. Me hicieron esperar un buen rato en la sala de espera antes de que pudiera hablar con el teniente a cargo.
—Que pase la nueva —ordenó una voz masculina y rasposa.
Me levanté, pero antes de entrar, una soldado salió apresuradamente, arreglándose la ropa. Me lanzó una mirada y se fue rápidamente.
—Pase, soldado.
—Buenas tardes, señor —saludé, haciendo un saludo militar.
—Descanse, pero no se siente. Tome su lugar. Mandaré a un soldado para que le guíe. Aquí no puede desobedecerme en nada; yo soy la máxima autoridad. Ahora, váyase, estoy ocupado —dijo el teniente Joseph Johnson, con frialdad.
—Sí, señor —contesté, y me retiré, guardando en mi mente su desagradable rostro y el molesto olor de su oficina. Era un hombre gordo, con un bigote blanco poblado que contrastaba con su calva, y los dientes amarillos por el abuso de los habanos. Me pareció alguien detestable a la vista y presencia.
—¿Mira Smith? —preguntó una voz masculina.
—Soy yo, señor.
—Hola, soy Marx Anderson, mucho gusto —dijo, extendiendo su mano para saludar con amabilidad.
Miré su mano y la ignoré.
—¿Dónde está mi habitación? —pregunté con seriedad.
Con algo de vergüenza, Anderson escondió su mano.
—Sí, lo siento. Sígueme.
Caminamos por unos oscuros y sombríos pasillos.
—Aquí están los camarotes. Acomódate. Al fondo están los casilleros, y las duchas están al final del pasillo. Suerte, Mira dijo con un rostro amable.
El soldado Marx Anderson era radiante: cabello castaño, ojos verdes, piel tersa y una sonrisa perfecta. Me molestaba verlo tan feliz, como si la felicidad de otros me recordara que yo ya no podía sentirla. De repente, una campana sonó y, al ver a los soldados formarse en filas, me apresuré a unirme. Nunca había convivido con tantos soldados a la vez; sus pasos al unísono resonaban en el eco del lugar. Nos dirigimos hacia un campo abierto fuera de la base con suelo de tierra irregular, un lugar que se veía viejo y descuidado, nada que ver con la moderna instalación de la que venía. Todo era gris, oscuro, con murallas desgastadas.
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yo soy...
RomanceEsta es la historia de una chica única. Ella es producto de la creación humana, pero no como normalmente se esperaría, sino como parte de un experimento científico que busca la creación de armas humanas, especialistas en batalla, estrategia y superv...