CAPÍTULO 5: CONFIDENCIAS

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Aún no había amanecido pero yo ya estaba despierta. Los nervios se habían encargado de interrumpir mis horas de sueño en tres o cuatro ocasiones. Como a esas horas de la mañana ya resultaba inútil intentar pegar ojo, decidí leer un rato el diario de la abuela, pero cuando eché mano al lugar donde tenía escondida la llave de la caja de madera me dio un vuelco el corazón. ¡No estaba en su sitio! La idea de que mi madre la hubiera encontrado y hubiera descubierto mi secreto me puso muy nerviosa.

Lo primero que hice fue comprobar si la caja estaba abierta. No. Estaba cerrada. La levanté y zarandeé para comprobar que el diario seguía allí. El peso y el sonido que provenían de dentro me dejaron más tranquilas. Continuaba en su lugar y, aunque eso no significaba que mi madre no lo hubiera descubierto, me quedé más tranquila. Ahora lo importante era encontrar la maldita llave.

De un salto salí de la cama y me agaché para ver si estaba debajo. No, allí no estaba. Me levanté y miré por toda la habitación intentando recordar dónde la había metido la última vez. Lo primero que hice fue ir al armario. Me parecía estúpido ya que la llave siempre la dejaba escondida en una irregularidad de la mesita de noche. Aún así lo abrí y miré todos los bolsillos de las chaquetas, pantalones, en los zapatos, los cajones... nada. Ahora era el turno de la cama. Arranqué las sábanas y las sacudí. Tampoco estaba allí. Debajo del colchón, en los cajones de la mesita de noche. No estaba en ninguno de esos lugares. Se me ocurrió que tal vez la hubiera cogido mi madre y se la hubiera quedado a la espera del momento adecuado para soltar la bomba.

Decidida, me dirigí a su dormitorio. Estaba dormida así que entré lo más sigilosa que pude para intentar no despertarla. Abrí los cajones de su mesilla con cuidado y... ¡allí estaba! Con la llave en la mano observé a mi madre. Había dos opciones posibles: o había encontrado la llave y descubierto el diario o simplemente la había cogido sin saber a qué pertenecía. Dado que no había dicho nada, y es raro que teniendo una información de ese calibre en su poder para poder aplicarme un interrogatorio en condiciones no se hubiera manifestado ya, pensé que la segunda opción podía ser la correcta. La llave debió de caerse el día que me puse enferma y al verla en el suelo la había cogido para que no se perdiera. Menos mal. Sentí un gran alivio. Mi madre se revolvió entre las sábanas y despegando a duras penas los ojos me dijo:

—Hija, ¿qué haces aquí?

—Nada, mamá, vuelve a dormirte.

Y sin decir nada más, se giró y siguió durmiendo. Por suerte es fácil de persuadir cuando está en modo sueño.

Regresé a mi habitación y, cerrando la puerta tras de mí, saqué el diario y lo abrí por donde me había quedado la última vez. Las fechas me sorprendieron ya que desde el 4 de diciembre hasta el 5 de abril no había vuelto a escribir. Supuse que su romance con Diego la habría mantenido lo suficientemente ocupada como para no escribir durante tantos meses.

«5 de Abril de 1947:

Hoy hace un día maravilloso. Esta ausencia de varios meses se debe a Diego. No tenemos demasiado tiempo libre, por eso, cada momento cuenta.

Después de aquella maravillosa noche de luna llena, las ruinas romanas se han convertido en nuestro sitio de encuentro. Vamos a escondidas por las noches. Nos pasamos las horas mirando el firmamento y charlando. Pasado algo de tiempo, comenzamos a dejarnos ver juntos por el pueblo.

Pero no todo han sido cosas buenas en estos meses. Un día, mientras ayudaba a mi madre a preparar la comida llamaron a la puerta. Fui a abrir. Tras ésta me encontré con uno de los vecinos. Lo saludé. Sin decirme una palabra se giró. Seguí la dirección de su mirada. Un caballo marrón con la crin negra galopaba hacia nuestra casa. Era Esteban García. No era capaz de imaginar el motivo por el que venía aquí.

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⏰ Última actualización: 14 hours ago ⏰

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