«3 de Diciembre de 1946:
Por fin llega la época de matanza. Me encanta todo lo que se organiza a su alrededor. Tomás, el primo de mi padre, se encarga de la cría de cerdos así que es el encargado de todo, pero toda la familia y algunos vecinos participamos en ella. La víspera de la matanza las mujeres pelamos cebolla y calabaza para, al día siguiente, hacer las morcillas. Tras la muerte del cerdo, le abrimos las tripas, las lavamos y, con el picadillo del chorizo, las rellenamos. Además, preparamos bollos y servimos aguardiente a todo vecino que entra para ver qué tal lo llevamos. Lo que más me gusta es el cocido que comemos en familia. Y como tentempié, probamos el picadillo del chorizo antes de meterlo en las tripas. ¡Está delicioso!
Este año estoy algo nerviosa porque espero que aparezca por nuestra casa él. Aún no sé su nombre, pero en mis pensamientos siempre está él, él, él... me encantaría conocerlo pero me avergüenza que me vea vestida con mi ropa habitual. Somos una familia humilde, así que me he cosido mi propio vestido para ir un poco arreglada. Unas amigas han traído algunas telas que tenían y, con ellas y con ayuda de mi madre, hemos conseguido hacer un precioso vestido. Discreto, pero bonito. Sé que no voy a ser la más llamativa de la fiesta. Estoy segura de que él no sabe que yo existo. Al releer estas líneas soy consciente de lo banal y estúpida que puedo parecer preocupándome por semejantes tonterías teniendo en casa preocupaciones mayores, pero es algo que no puedo evitar. Acapara todos mis pensamientos día y noche.
Su piel del color de las dunas del desierto, de un dorado maravilloso, su cabello castaño claro, sus manos grandes y fuertes y su cuerpo musculoso... ¡Dios! Me avergüenza hasta escribirlo. Pero lo que más me gusta son sus ojos, sus ojos verdes. Verdes como las aceitunas que recogemos. Un verde que es capaz de hacerme olvidar el frío y sonroja mis mejillas cada vez que su mirada se cruza con la mía. Yo soy una chica corriente: no mido más de metro sesenta, tengo el pelo corto para que no me moleste cuando trabajo. Mis pechos son pequeños y, por lo visto, eso a los hombres no les gusta. Además soy de constitución delgada y eso no juega a mi favor porque da a entender que yo paso más hambre que cualquier otra que esté más gordita. Y, aunque no es cierto que yo pase hambre, es la impresión que da. Doy la sensación de ser enfermiza. Mis manos también son pequeñas y soy estrecha de caderas. Según las mujeres del pueblo esto tampoco gusta a los hombres porque quiere decir que no eres muy adecuada para tener hijos. Para ellos la descendencia es importante. Comparada con las demás, soy el patito feo. Sé que no tengo nada que hacer.
Si al menos pudiera conocer su nombre. Con eso me conformaría para nombrarlo en mis sueños y así sentirlo cerca...»
—¡Ángela! Si no te das prisa no llegaremos a tiempo a la obra de teatro.
Había algo que me gustaba en la forma en la que mi abuela hablaba de ese chico del que se había enamorado tan locamente y estaba ansiosa por conocer qué había ocurrido, pero me entristecía ver cómo ella misma se cosificaba convirtiéndose casi en un objeto que debía resultar atractivo en una subasta. Era consciente de que la época en la que vivió ella, la mujer era despreciada y utilizada, pero al pararme a pensarlo, en realidad las cosas no habían cambiado tanto. Todas vivimos obsesionadas bajo el qué dirán y lo que debemos parecer. Pasamos la mayor parte de nuestra vida intentando ser el reflejo de la imagen que los hombres quieren de nosotras. ¡Como si nuestro único objetivo fuera convertirnos en el objeto de deseo de ellos!
Durante las fiestas, se celebra en el pueblo un festival de teatro aficionado donde el grupo local y otros de los pueblos colindantes vienen a mostrar sus trabajos. Habíamos seleccionado una en concreto que nos apetecía ver a las dos, pero habiendo dejado a mi abuela loca perdida de amor, en aquel momento la obra solo me resultaba un obstáculo en mi camino. Estaba empezando a encontrar adictivo el hecho de poder transportarme a aquellos años con solo una vuelta de hoja y no sólo eso, sino conocer verdaderamente a mi abuela. Saber los secretos que ocultaba su corazón. Hasta ahora jamás había pensado que escondiera ninguno, pero las amarillas páginas que se abrían ante mí me estaban demostrando lo contrario.
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LA OTRA MIRADA
Literatura FemininaHistoria de amor adolescente. Ángela comienza a padecer una pesadilla recurrente que la lleva a acudir a terapia. «Tal vez esté mostrándote que algo que crees que controlas, que conoces, realmente no lo conoces tan bien. Simula que algo en lo que co...