RECUPERANDO LA CONFIANZA DE SELENA

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Es fácil imaginar cómo me sentía allí en la estación de policía de San Antonio, Texas, lleno de barro y de sangre y apaleado, cuando empezó a sonar en el radio la canción “Ven conmigo”. Era como si Selena pudiera verme allí. Al sonido de su voz dulce y sentimental, agaché la cabeza, me sentía muy avergonzado en esa situación.

¿Perdería la mujer que amaba cuando apenas la acababa de encontrar? Tal vez no la merecía. Tal vez nuestro futuro había terminado incluso antes de empezar.

Mientras esperaba que la policía me abriera el prontuario, pensé en ese breve y feliz período con Selena y me preguntaba cómo había podido terminar en esta situación. Todo estaba saliendo tan bien.

Entre estar de gira y trabajar en las canciones que se convertirían en nuestro próximo álbum, Entre a mi mundo, Selena y yo nos habíamos acercado más que nunca durante los primeros meses de 1991. Estaba más ocupada que de costumbre con las promociones, pero seguía siendo una persona alegre y llena de energía. Ese año, su dueto con Álvaro Torres, “Buenos amigos” , se convirtió en su primera canción número uno. Al mismo tiempo, Capitol EMI se disponía a lanzarnos en México.

A pesar de su intenso programa, Selena y yo seguíamos viéndonos sin mucha publicidad, escapándonos a los restaurantes, a los cines y a cualquier otro lugar donde pudiéramos estar solos sin que Abraham se enterara.

Había llegado a conocer muchas cosas sobre Selena para este entonces. Sabía que odiaba hacer ejercicio, a excepción de una ocasional sesión de jogging —definitivamente, no era una de esas mujeres que se levantan a primera hora de la mañana para ir al gimnasio. Tenía pocos amigos pero estaba muy unida a toda su familia —especialmente a su hermana Suzette y a su pequeña prima Priscilla, que estaba apenas entrando al año intermedio entre la primaria y la secundaria. Prefería las revistas a los libros y le encantaba ir de compras.

Selena y su familia eran Testigos de Jehová. Rara vez hablaban de su religión, conmigo o con cualquier otra persona. Yo crecí en la fe católica y la había abandonado casi por completo; no sabía mucho acerca de los Testigos de Jehová y pensaba que debía ser algún tipo de religión radical. Sin embargo, en ocasiones, Selena y su familia hablaban de religión en el autobús, y me di cuenta de que usaban la misma Biblia con la que yo había crecido y que entendían sus enseñanzas mucho mejor que yo. Vivían de acuerdo con sus valores profundamente arraigados. Esto me hizo comenzar a pensar en Dios y en el propósito de la fe en nuestras vidas como nunca lo había hecho.

Sin embargo, lo que más me llamó la atención de Selena, durante ese tiempo, fue su compasión. Esa compasión abarcaba a sus amigos, a su familia, a sus fans —especialmente aquellos que tenían dificultades en sus vidas por enfermedad o pobreza— las mujeres en crisis, los niños e incluso los animales.

Recuerdo una vez que íbamos en el auto a solas y Selena atropelló a una paloma. No iba rápido ni mucho menos; Selena y yo simplemente íbamos cantando con el radio a todo volumen cuando una banda de palomas al lado del camino alzó el vuelo.

Una de ellas era más lenta que las otras. Comenzó a volar en línea recta delante de nosotros y la alcanzamos, golpeándola. El vidrio panorámico la golpeó justo en las plumas de la cola y la paloma se fue volando. Puedo asegurar que por un segundo pude ver la expresión de sorpresa en la cara del pájaro mientras nos esquivaba.

La paloma no quedó herida, pero Selena orilló el carro a un lado del camino y no dejaba de llorar. Estaba casi histérica.

—¡Golpeé a ese pajarito! —decía sollozando—. ¡Lo maté!
—No, no lo hiciste —la tranquilicé. Me incliné y la abracé estrechándola contra mí mientras lloraba—. Vi cuando el pájaro salió volando. Va a estar bien. Ni siquiera lo golpeaste duro.

selena, con amor    - -- chris perezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora