Capitulo VI

13 3 1
                                    

Los días en el hospital finalmente empezaron a perder algo de su tono sombrío. Después de semanas de tratamiento, el doctor Moier llegó una mañana con una pequeña sonrisa. Mis padres y yo estábamos sentados en la habitación, y aunque el dolor no había desaparecido del todo, sentía que algo dentro de mí cambiaba. Había empezado a recuperar algo de fuerza, aunque fuera poco a poco.

—Bueno, Aliert —comenzó Moier, hojeando sus papeles—, parece que el tratamiento está surtiendo efecto. Aún queda un largo camino, pero tus análisis muestran que el tumor ha empezado a reducirse. Esto significa que, si todo va bien, podríamos programar algunas sesiones de quimioterapia de menor intensidad y considerar, eventualmente, un regreso gradual a tus actividades.

Mis padres se miraron, y pude ver un destello de esperanza en sus ojos. Sabía que, por dentro, habían soportado tanto como yo, pero sin demostrarlo. Mi madre me tomó la mano y la apretó con fuerza, mientras mi padre me miraba, tratando de contener sus lágrimas.

—¿Eso significa que podré volver… a clases? —pregunté, casi sin creerlo.

Moier asintió.

—Sí, pero será un proceso lento. Lo más importante es que sigas escuchando a tu cuerpo y que te comuniques con nosotros. No queremos que te esfuerces demasiado, pero sí, Aliert, podrías volver a clases. Tal vez no todos los días, pero al menos podrás retomar poco a poco.

Mi madre suspiró, y aunque trataba de no demostrarlo, pude ver que su alivio era profundo. Ella y mi padre habían estado sosteniéndome, siendo mis pilares durante todo este tiempo, y saber que podía recuperar algo de normalidad les devolvía un poco de esa esperanza que se había apagado.

Volver a la escuela fue extraño, como si estuviera cruzando un umbral hacia un mundo que no era del todo mío. Había pasado tanto tiempo en el hospital que me parecía irreal ver a mis compañeros, el sonido de los pasillos llenos de estudiantes, el murmullo constante de voces y risas. Todo me resultaba casi ajeno, y a la vez, una parte de mí se sentía emocionada de estar ahí de nuevo.

Decidí entrar al aula unos minutos después de que comenzaran las clases, para evitar que me miraran demasiado. Sabía que mi aspecto había cambiado, que la palidez en mi rostro y la delgadez de mi cuerpo serían obvias para cualquiera que se fijara en mí. Pero cuando abrí la puerta y entré, el silencio que siguió fue más incómodo de lo que esperaba. Miradas furtivas, susurros… podía sentir las preguntas no pronunciadas.

Me senté en mi lugar, tratando de evitar los ojos de mis compañeros, hasta que Daniel, sentado a unos cuantos asientos, me dirigió una sonrisa de bienvenida. No había necesidad de palabras; él entendía lo que estaba sintiendo en ese momento, y su presencia me daba una sensación de seguridad.

Después de clase, Daniel se acercó y me tocó el hombro.

—¿Cómo te sientes, Aliert? —preguntó en voz baja, con una calidez que agradecí.

—Extraño, Dani… —suspiré, mirando alrededor—. Todo esto se siente… tan diferente, como si fuera otro mundo.

Él asintió, mirándome con comprensión.

—Es tu mundo, aunque sientas que has estado fuera de él. Estamos aquí para ti. —Dudó un momento, y luego me sonrió—. A veces, te juro que hasta los profesores preguntan por ti. Eres importante aquí, Aliert. No solo para mí, sino para muchos.

Sentí una punzada de emoción, algo entre la nostalgia y el alivio. Había perdido tanto en los últimos meses, pero no todo estaba perdido.

Con cada día que pasaba, me sentía un poco más fuerte. El cansancio extremo aún me acompañaba, y algunos días me resultaba difícil incluso levantarme de la cama. Pero hubo días en que me sorprendía sonriendo, en que los dolores eran menos intensos y podía saborear lo que estaba recuperando.

Mis padres se esforzaban por apoyarme sin sobreprotegerme, pero a veces podía ver la preocupación en sus ojos cuando notaban que me tambaleaba o que respiraba con dificultad. Mi madre me preparaba comidas ligeras, y aunque yo ya podía hacer algunas cosas por mí mismo, a veces se quedaba observándome desde la puerta, como si temiera que desapareciera si se descuidaba.

Un día, mientras intentaba completar una tarea de matemáticas, mi hermana Karla entró en mi habitación. Se sentó en el borde de la cama, mirándome con una mezcla de admiración y tristeza.

—Es raro verte estudiando otra vez —comentó, con una pequeña sonrisa—. Antes nunca estabas en casa. Siempre estabas afuera, con tus amigos.

—Sí, lo sé… —le respondí, tratando de sonar despreocupado—. Ahora, supongo que soy un poco diferente. —La miré, y en sus ojos había algo que no había notado antes—. Pero, Karla, estoy aquí, ¿sabes? No me he ido.

Ella asintió, y se inclinó para abrazarme. Era la primera vez que sentía lo mucho que mi enfermedad había afectado a mi hermana, y en su abrazo sentí el peso de todas las preocupaciones que había intentado ocultar.

—Te quiero, Aliert —susurró, su voz quebrándose apenas—. Y estoy orgullosa de ti.

Los días en la escuela pasaban lentamente, y a veces me encontraba soñando despierto, recordando los días en el hospital, las noches interminables y los rostros de aquellos que habían sido mis compañeros en ese oscuro viaje. Ahora, aunque estaba en mi “mundo de antes”, sentía que nunca podría ser el mismo. Había partes de mí que estaban perdidas para siempre, y nuevas partes que aún estaba descubriendo.

Pero la vida… la vida era algo más que un recuerdo o una pérdida. Me daba cuenta de que, aunque la enfermedad me había quitado tanto, también me había regalado momentos de profunda conexión. Con mi familia, con Daniel, con los que me habían acompañado en esos días difíciles. Ellos, todos ellos, eran una razón para seguir adelante, para levantarme cada mañana y sonreír, aunque fuera solo un poco.

Sí, estaba regresando a mi vida anterior, pero también estaba creando una nueva vida, una que aceptara tanto las sombras como la luz.

Nota:
Capitulo cortó, pero nuestro Aliert tuvo una pequeña mejoría 🤧🤧

Hasta Mi Último Suspiro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora