Capitulo XIX

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Daniel se sentía atrapado en una lucha constante consigo mismo. El amor que sentía por Aliert era profundo, inquebrantable, pero el dolor de verlo desvanecerse le desgarraba el alma. Cada vez que lo miraba, su corazón se llenaba de una mezcla de ternura y terror. Sabía que no podía cambiar el rumbo de la enfermedad, pero tampoco podía aceptar la idea de perderlo. No estaba preparado para un mundo donde Aliert no estuviera a su lado.

Una tarde, mientras pasaba tiempo en el cuarto de Aliert, surgió una discusión. Daniel intentaba convencerlo de que al menos tomara los medicamentos para aliviar un poco su dolor. Sabía que esos comprimidos no eran una solución, pero al menos podrían darle algún tipo de alivio, y eso era todo lo que él deseaba en ese momento: aliviar su sufrimiento.

-Aliert, por favor, solo tómate las pastillas. No entiendo por qué te niegas a hacer algo que podría hacerte sentir mejor, aunque sea un poco -insistió Daniel, su voz apenas un susurro cargado de desesperación.

Aliert, que estaba sentado en su cama con una expresión cansada, lo miró con un brillo de enojo en sus ojos apagados.

-Daniel, ¡no quiero depender de pastillas para vivir! No quiero más químicos en mi cuerpo. Ya tuve suficiente, ¿no lo entiendes? -respondió con un tono amargo, visiblemente molesto.

-Pero... ¿y si esto te ayuda? ¿Y si te da un poco más de tiempo, de fuerza? ¿No vale la pena intentarlo? -preguntó Daniel, tratando de contener las lágrimas. Las palabras se le enredaban en la garganta, como si al decirlas estuviera traicionando sus propios miedos.

Aliert se levantó bruscamente, tambaleándose un poco debido a su debilidad. Aun así, no se detuvo, solo le lanzó una mirada llena de frustración.

-Tú no entiendes nada, Daniel -susurró con voz rota antes de salir de la habitación y dejarlo solo.

La puerta se cerró con un suave clic, pero para Daniel fue como un portazo en el alma. Se quedó allí, en el silencio que Aliert había dejado atrás, sintiendo una mezcla de dolor y culpa que le oprimía el pecho. Sus ojos recorrieron la habitación, como si pudiera encontrar alguna respuesta en el desorden de los objetos de Aliert. Sin pensarlo demasiado, sus ojos se posaron en el pequeño cuaderno de tapas gastadas que descansaba sobre la mesa. Lo reconoció de inmediato: era el diario de Aliert.

Una parte de él sabía que no debía tocarlo, que ese cuaderno contenía pensamientos privados que solo le pertenecían a Aliert. Pero la desesperación fue más fuerte que su razón, y sin darse cuenta, sus dedos temblorosos abrieron el diario en una de las primeras páginas.

La caligrafía de Aliert, un poco desordenada, se extendía por las hojas en líneas irregulares. Las palabras que leía parecían gritarle, cargadas de dolor, de miedo, de una tristeza insondable que Aliert nunca había mostrado del todo. Las primeras páginas estaban llenas de pensamientos sobre la enfermedad, sobre lo injusto que le parecía todo, y sobre el temor abrumador de no tener futuro. Cada palabra era como una herida abierta, y Daniel sintió que su corazón se rompía en mil pedazos.

-No quiero irme... No quiero que me recuerden solo como alguien enfermo, pero tampoco sé si tengo fuerzas para seguir luchando -decía una de las líneas, escrita con una mancha borrosa que parecía una lágrima seca en el papel.

La lectura se volvía insoportable, pero Daniel no podía detenerse. Siguió pasando las páginas, viendo cómo Aliert intentaba aferrarse a sus seres queridos, cómo le dolía la idea de dejarlos atrás. Sentía su dolor como si fuera el suyo propio, y una parte de él deseaba poder cargar con ese peso, con todo lo que Aliert estaba soportando.

Finalmente, sin poder resistirlo más, dejó caer el cuaderno sobre la cama y llevó una mano temblorosa a su boca. Las lágrimas que había estado conteniendo empezaron a caer, rodando por sus mejillas en un silencio amargo. Todo el miedo que había tratado de esconder, toda la frustración y el dolor, explotaron en un sollozo desgarrador. Se abrazó a sí mismo, tratando de contener el dolor que sentía, pero era imposible. La realidad de la situación lo golpeó con fuerza, y sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.

En ese momento, Aliert regresó a la habitación. Al ver a Daniel en ese estado, sus ojos se suavizaron, dejando de lado el enojo que había sentido momentos antes. Sin decir una palabra, se acercó a él y lo abrazó, permitiendo que Daniel se desahogara en su hombro.

-Perdóname, Aliert -susurró Daniel entre lágrimas, aferrándose a él como si fuera su único salvavidas en un mar de dolor-. Perdóname por intentar obligarte, por no entender lo que estás pasando. Solo... no quiero perderte.

Aliert lo abrazó más fuerte, apoyando su cabeza contra el pecho de Daniel. Ambos quedaron en silencio, envueltos en un momento que era a la vez desgarrador y lleno de amor. Las lágrimas de Daniel seguían cayendo, pero ya no eran de desesperación; eran una mezcla de tristeza y aceptación, un intento de reconciliarse con el hecho de que no podía controlar el destino.

-Está bien, Daniel -susurró Aliert, acariciando suavemente su espalda-. Sé que lo haces porque te importo. Yo también tengo miedo, pero no quiero vivir peleando con la realidad. No quiero que mi vida se convierta en una batalla constante. Prefiero pasar el tiempo que me queda... sintiendo, amando.

Con esas palabras, Aliert logró calmar el corazón de Daniel, aunque el dolor no desapareció del todo. Se miraron a los ojos, y en ese instante, hubo un entendimiento profundo entre ellos. Sabían que el tiempo que les quedaba era incierto, pero ambos estaban dispuestos a aprovechar cada momento, por breve que fuera.

Sin decir nada más, se acostaron juntos en la cama de Aliert, abrazándose bajo las sábanas. Los brazos de Daniel lo rodeaban con suavidad, como si temiera romper algo frágil. Aliert, por su parte, cerró los ojos, sintiendo la calidez de Daniel, permitiéndose un momento de paz en medio de la tormenta que era su vida.

La noche avanzó lentamente, y ambos se quedaron dormidos, aferrados el uno al otro.

Hasta Mi Último Suspiro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora