Los días de Aliert se volvieron pausados, cada segundo cobraba un significado especial. Su vida, antes llena de rutinas y compromisos, ahora estaba marcada por esos momentos simples que compartía con su familia. Agradecía cada instante, consciente de que el tiempo que le quedaba era limitado, y se aferraba a cada pequeño detalle.
Una tarde de verano, Aliert se sentó en el patio trasero junto a su madre. La luz dorada del sol se filtraba a través de las ramas, llenando el lugar de una paz cálida. Su madre lo miraba con ternura, sosteniendo su mano entre las suyas. No decían nada; el silencio estaba cargado de comprensión, de todo lo que no necesitaba ser dicho. Los ojos de su madre se llenaban de lágrimas, pero aun así sonreía, aferrándose a la esperanza que siempre había tenido en su corazón.
—¿Recuerdas cuando eras pequeño y querías ser astronauta? –le susurró ella, intentando evocar una imagen de su infancia.
Aliert soltó una pequeña risa. No le quedaba mucha energía para reír, pero la emoción de aquel recuerdo le daba fuerzas.
—Lo recuerdo bien. Me decías que no había nada imposible si trabajaba duro –respondió él, apretando un poco la mano de su madre.
Ambos rieron suavemente, pero en sus risas se notaba una tristeza silenciosa. Era una risa que nacía de la nostalgia, de los sueños de un niño que, ahora, parecían haberse quedado en un lugar distante. Aun así, la presencia de su madre era un consuelo para él, y ver que lo acompañaba en ese momento tan frágil lo hacía sentir un poco menos solo.
Poco después, su padre apareció y se sentó junto a ellos. La figura normalmente fuerte de su padre se veía más abatida, pero él se esforzaba en sonreír, en mostrar fortaleza. Miró a Aliert con una mezcla de orgullo y tristeza, como si supiera que no podía hacer nada para cambiar el destino, pero quería que su hijo sintiera que él estaba allí.
—Aliert, eres el hijo más valiente que podríamos haber tenido –le dijo su padre, con una voz que temblaba por la emoción contenida–. Nunca he estado tan orgulloso de alguien.
Aliert miró a su padre con los ojos llenos de lágrimas. Había muchas cosas que deseaba decirle, pero simplemente se inclinó y lo abrazó. Su padre le devolvió el abrazo con fuerza, como si al aferrarse a él pudiera protegerlo de todo el dolor que estaba por venir.
Días después, en un momento de paz y privacidad, Daniel visitó a Aliert, como solía hacer. En esta ocasión, Aliert se sentía más lúcido y en calma. Miró a Daniel en silencio durante varios segundos, como si buscara las palabras correctas. Sabía que este sería uno de los momentos más difíciles, pero también sabía que necesitaba decirle aquello.
—Daniel... –comenzó, con la voz temblorosa–. Quiero que hagas algo por mí cuando ya no esté aquí.
Daniel lo miró, intentando disimular el nudo en su garganta. Sabía lo que Aliert quería decir, pero aún no estaba preparado para escucharlo. Sin embargo, le hizo un gesto para que continuara, preparándose para lo que fuera.
—Quiero que sigas adelante con tu vida –le pidió Aliert con una voz apenas audible–. No quiero que te quedes atado a este momento, ni a mí. Quiero que vivas, que seas feliz.
Daniel sintió que algo dentro de él se rompía al escuchar aquellas palabras. Negó con la cabeza, sus ojos llenándose de lágrimas mientras intentaba comprender lo que Aliert le estaba pidiendo. Sentía que no era justo; lo que le pedía iba en contra de todos sus sentimientos. Pero al ver la expresión tranquila de Aliert, algo en él empezó a cambiar.
—Aliert, no quiero pensar en un mundo sin ti. No sé cómo seguiría adelante –respondió Daniel, con la voz rota.
Aliert extendió la mano y acarició el rostro de Daniel con ternura, su pulgar limpiando una de las lágrimas que caía por su mejilla.
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Hasta Mi Último Suspiro
Novela JuvenilEnfrentando una enfermedad que amenaza con arrebatarle todo, un joven busca encontrar sentido en cada instante que le queda. Entre días llenos de lucha y momentos de frágil esperanza, aprenderá a aceptar lo inevitable mientras deja una huella imborr...