En un pequeño pueblo, Ana tenía un talento único para pintar. Sin embargo, su inseguridad la hacía ocultar sus obras. Un día, su amigo Lucas descubrió un cuadro escondido y lo llevó a la plaza central sin decírselo. Los vecinos se detuvieron asombrados, admirando la obra. Cuando Ana lo descubrió, sintió enojo y vergüenza. "No confío en que les guste", le dijo a Lucas. Él llamativamente y le señaló a un niño que, fascinado, tocaba el cuadro con una sonrisa. Ana, con lágrimas en los ojos, entendió que su falta de confianza no era reflejo de su talento, sino de su miedo.