Capítulo 1: Rumbo a Barcelona

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La mañana amaneció gris, pero en la habitación de Martina el ambiente era de todo menos apagado. La joven revisaba una vez más su maleta, asegurándose de que no le faltara nada importante: su camiseta de la suerte, los botines y, claro, el collar que le había regalado su madre en su primer campeonato. Ese día era especial; iba a dar el salto de su vida: se mudaba a Barcelona para unirse a La Masía.

—Martina, ¿estás lista? —preguntó su madre desde la puerta, con los ojos un poco vidriosos, aunque intentaba ocultarlo.

—Sí, mamá. Ya he revisado todo diez veces —dijo Martina, esbozando una sonrisa nerviosa.

Su madre entró en la habitación y la abrazó con fuerza. 


La familia Álvarez Gijón siempre había sido unida, pero aquella despedida era difícil para todos. Martina notaba el orgullo y la tristeza en la mirada de su madre, y una parte de ella sentía ese mismo miedo a lo desconocido.

—¿Estás segura de que estás lista para esto? —preguntó su madre en un susurro—. Barcelona es... es muy grande, y tú... siempre has estado aquí con nosotros.

—Lo sé, mamá, pero es mi sueño. Desde que era niña, desde los tres años, cuando empecé a jugar... siempre soñé con esto —respondió Martina con firmeza—. La Masía es una oportunidad única, y sé que puedo con esto.

Su padre entró entonces, cargando las maletas. Era un hombre de pocas palabras, pero se acercó y le dio un abrazo tan fuerte que Martina sintió que apenas podía respirar.

—Hija, estás cumpliendo un sueño que muy pocos logran. Nunca olvides que lo más importante es que sigas siendo tú —le dijo, mirándola a los ojos—. Juega con el corazón, como siempre lo has hecho.

Martina asintió, intentando disimular las lágrimas que empezaban a nublar su visión. Sabía que iba a extrañar a sus padres, a su ciudad y a su vida de siempre, pero también sentía que todo lo que la esperaba en Barcelona valía la pena.

En el aeropuerto

El trayecto al aeropuerto estuvo lleno de silencios y suspiros, con alguna que otra frase de ánimo. Martina veía cómo sus padres intentaban mantenerse fuertes, y ella hacía lo mismo. Finalmente, cuando llegaron a la puerta de embarque, su madre no pudo evitar soltar las lágrimas que había estado conteniendo.

—Martina, cuídate mucho, ¿sí? Escríbenos cada día, o al menos llámanos cuando tengas tiempo. Y come bien, y abrígate por las noches... —decía su madre, mientras le ajustaba el abrigo, como si aún fuera una niña pequeña.

Martina soltó una carcajada y asintió, tratando de tranquilizarla.

—Claro que sí, mamá. No te preocupes tanto, ¿vale? —le respondió, mientras le daba un último abrazo—. Voy a estar bien. Además, Laia me está esperando en Barcelona, así que no estaré sola.

Su madre sonrió, aunque las lágrimas continuaban rodando por sus mejillas.

—Es cierto, y eso me tranquiliza —admitió—. Sabemos que Laia y Pau te cuidarán como si fueras de la familia.

El padre de Martina se acercó, esta vez con una sonrisa más firme.

—Bueno, hija, creo que es hora de dejarte volar —dijo, con una mezcla de orgullo y nostalgia—. Recuerda que aquí siempre estaremos esperando por ti, y que no importa qué pase, siempre serás nuestra campeona.

En el avión

Cuando Martina se acomodó en su asiento en el avión, sintió una mezcla de emociones que no había anticipado. Por un lado, estaba emocionada y llena de ilusión; por otro, se sentía algo sola, flotando en el aire rumbo a lo desconocido. 


Sacó su teléfono y miró una foto de su equipo de fútbol local, las chicas con las que había jugado desde pequeña. De repente, todo lo que dejaba atrás le pesaba un poco más.

Justo antes de que el avión despegara, recibió un mensaje de Laia:


 ¡Ya no aguanto más! Nos vemos en el aeropuerto. Te estamos esperando. 

Martina sonrió al leerlo. Saber que Laia estaría ahí para recibirla la hacía sentir menos sola.

Llegada a Barcelona

Al aterrizar, el corazón de Martina latía a mil por hora. Al salir de la zona de equipajes, vio una figura familiar que saltaba y agitaba los brazos. Era Laia, acompañada por su hermano Pau, quien la esperaba con una sonrisa calmada. Martina soltó un suspiro de alivio y corrió hacia ellos.

—¡Martina! ¡Bienvenida a Barcelona! —exclamó Laia mientras la abrazaba con tanta fuerza que Martina apenas podía respirar.

—¡Gracias! No sabes cuánto necesitaba verte —dijo Martina, sintiéndose de repente en casa.

Pau, que siempre había sido un poco más serio, la saludó con una sonrisa y un asentimiento.


—Bueno, bienvenidos a la ciudad de los sueños —dijo, con su tono calmado de siempre—. Te van a encantar las instalaciones de La Masía. Y cualquier cosa que necesites, cuenta conmigo.

El comentario de Pau, sencillo, pero sincero, hizo que Martina se sintiera más tranquila. Sabía que podía contar con él, y no solo porque era el hermano de Laia. Pau era alguien en quien confiaba.

Camino a La Masía

Durante el trayecto en coche hacia La Masía, Pau y Laia le contaron a Martina un sinfín de anécdotas sobre la vida en Barcelona y en la academia. 

Pau le habló sobre las rigurosas rutinas de entrenamiento, y Laia, más enfocada en la vida social, le contaba sobre los amigos, las bromas y las noches en que se quedaban hablando hasta tarde.

—Te encantará conocer a Héctor Fort y a Marc Bernal —le dijo Pau—. Son mis mejores amigos, y los tres estamos en el equipo. Seguro se alegran de ver caras nuevas.—Marc es un poco desastre, eso sí —añadió Laia, riendo—. Siempre está haciendo alguna broma. Y Héctor es todo lo contrario, superserio. 

Aunque ya sabes cómo somos todos... al final formamos una gran familia.

Martina sonrió, sintiendo la calidez de sus palabras. A pesar de la distancia de su hogar, sabía que aquí también podría construir algo parecido a una familia.

Primera noche en La Masía

Finalmente, llegaron a las instalaciones de La Masía, y Martina no podía dejar de observar cada rincón. Estaba de pie frente al edificio que había visto en tantas fotos y videos; era imponente y humilde a la vez, el hogar de muchos jóvenes con sueños como el suyo. Al entrar en su habitación, se dejó caer en la cama, exhausta, pero llena de emoción.


Mientras se acomodaba, pensó en las palabras de sus padres, en los abrazos de despedida y en las risas de Laia. Sabía que no iba a ser fácil, pero esa noche, mientras cerraba los ojos, se sintió segura de que estaba en el lugar correcto.


Con la última sonrisa del día en el rostro, Martina se dejó llevar por el sueño, pensando en el día en que se calzaría los botines y escucharía el primer silbato de su vida en La Masía.

Los límites (Marc Bernal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora