4. Polos opuestos

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El concierto prometía ser un éxito desde el primer momento. La acústica era buena, las guitarras estaban afinadas a la perfección y Cora y Sandra habían tenido tiempo para calentar la voz antes de salir. El repertorio era de unos quince temas, casi todos del primer disco que habían sacado; pero, también, habían incluido alguno del segundo que habían empezado a preparar antes de la gira y cuya grabación estaba prevista para cuando esta terminase. Unas pequeñas vacaciones de tres semanas y vuelta al trabajo.

En un momento dado, después de cantar Todo y nada, uno de los trabajos más brillantes de Ray en cuanto a composición desde que habían empezado a tocar juntos, Luis les hizo una seña para que se retiraran un segundo del escenario. Las luces se apagaron y los cuatro, tras un segundo de vacilación, avanzaron a tientas hacia donde estaba él. No, solo eran tres, observó Cora, ya que Marco se había quedado rezagado; al parecer, esperando. Intrigada, se volvió hacia sus compañeros, pero al sorprender las sonrisas enigmáticas que intercambiaban, se irritó ligeramente.

—Sandra, ¿qué...?

Pero su compañera le tapó de inmediato la boca con suavidad, antes de que pudiera preguntar y la obligó a volverse hacia el escenario. Cuando al final obedeció, a regañadientes, Cora creyó que se iba a desmayar de la impresión.

Los focos volvían a encenderse con suavidad. En especial uno de ellos, de luz blanca, que caía sobre un enorme piano de cola, frente al cual se había sentado Marco. Los aplausos comenzaron de nuevo y los aullidos de histeria de las adolescentes se oyeron por encima del barullo. Cora sintió una punzada de celos, que desapareció en cuanto él desvió la vista hacia ella y la sonrió con dulzura, lo que hizo que sus rodillas temblaran aún más. Tenía una ligera sospecha de lo que iba a suceder a continuación y lo único que era capaz de pensar era:

«Ni se te ocurra derrumbarte».

Como si hubiese oído sus pensamientos, Sandra le apretó un brazo y la sonrió con calidez. Cora le devolvió el gesto y los tres se acomodaron en la penumbra para asistir al espectáculo. Marco se había levantado del banco y había cogido el micrófono, dispuesto a presentar la canción.

—Hoy es un día muy especial para mí —comenzó—. Sé que esto no es lo habitual; pero, hoy, aquí, era algo que tenía que hacer. Y debo decir que hace años que deseaba hacerlo.

>>Hoy, dieciocho de abril, es el día en que cumple años la mujer a la que quiero, la persona más importante de mi vida, a la que tengo que pedir perdón por haber tardado tanto en darme cuenta de lo especial que era.

«Sí, más te vale», pensó Cora con sorna, recordando el día en que por fin habían decidido empezar a salir juntos.

Los aplausos se redoblaron y se oyeron silbidos de diversa índole, y ahora los gritos histéricos se oían en bastante menor medida.

«En la próxima canción me llevo un tomatazo», reflexionó la joven con cierta amargura, aunque se obligó a controlarse de inmediato.

No sucedería nada. La voz de Marco se oyó de nuevo.

—Así pues, hoy seré yo el que cante. Una canción que compuse hace un tiempo y que se llama "Polos opuestos". Y es el regalo que quiero hacerle a Cora Ferrer por su veinticinco cumpleaños.

Cora tragó saliva y se mordió el labio, tratando de reprimir las lágrimas, mientras Marco lanzaba una mirada en su dirección y vocalizaba sin palabras:

"Te quiero".

Cora le lanzó un beso con la punta de los dedos. Pero, antes de que Marco se sentase de nuevo, alguien la empujó con levedad por detrás. Sorprendida, se volvió para fulminar con la mirada a Sandra, que respondió con una sonrisa divertida mientras alzaba las cejas con elocuencia. Al girarse de nuevo, descubrió con la boca seca que Marco, junto al piano, tenía una mano tendida hacia ella.

El Poder de la Oscuridad (Los Hijos de los Dioses #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora