6. Rescate inesperado

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Los tres se volvieron a la velocidad del rayo e incluso Cora se levantó de un salto, corriendo acto seguido a refugiarse en los brazos abiertos de Davin; la cual la acogió sin aspavientos mientras la joven hundía el rostro sollozante en su hombro. A su lado se erguía su hermana, la que había hablado. Y, detrás de esta, Layla y Beth se acercaron discretamente. Sandra se quedó sin habla un segundo, pero Ray tuvo el sentido común de reaccionar a tiempo:

—¿Qué hacéis aquí?

Andie mostró una rápida sonrisa.

—Digamos que os estábamos siguiendo.

—Y tenemos familia aquí, así que nos pillaba bien para venir a veros —agregó Davin mientras soltaba a Cora, que trataba de recobrar la entereza sin conseguirlo del todo.

El brazo de la bruja se mantuvo rodeando sus hombros, en ademán protector. Sandra y Ray se relajaron casi de inmediato, pero sus rostros seguían sombríos.

—¿Por qué habéis dicho que Cora tenía razón? —quiso saber la primera, con un nudo en la garganta—. ¿Qué le ha pasado a Marco?

Las cuatro brujas cruzaron una mirada rápida.

—Marco está a salvo, pero debéis venir con nosotras —indicó Layla con calma.

Sandra tragó saliva y negó con la cabeza. No podía ser, otra vez no. La situación se repetía, casi exactamente igual. Andie pareció adivinar sus pensamientos —cosa fácil para alguien como ella— y se acercó para posar una mano conciliadora en el hombro de su antigua protegida.

—Sandra, confía en nosotras —le pidió—. Necesitamos reuniros a los cuatro...

Se detuvo un momento, insegura, pero al final respiró hondo y terminó con un: "ha pasado algo grave". Ante aquello, Cora soltó un gemido y refugió de nuevo el rostro en la cabellera pelirroja de Davin. Sandra, por su parte, las contempló a las cuatro: la Hija de Marte, con veintitrés años recién cumplidos hacía menos de dos semanas, mostraba el mismo aspecto de polvorín descontrolado que dos años atrás; pero su hermana, ya de veinticuatro para veinticinco, había cambiado; sobre todo porque se había dejado crecer la rebelde melena corta y rubia, que ahora caía como una cortina espesa y dorada hasta los omoplatos.

La madurez asomaba asimismo en los pómulos altos de Layla, que acababa de cumplir los veintisiete y en los ojos oscuros de Beth, que pronto cumpliría los veintitrés al ser de la misma quinta que Davin. La primera también se había dejado crecer el pelo, que caía en suaves ondas desfiladas alrededor de su rostro ligeramente anguloso, mientras que la segunda mantenía su melena oscura, plagada de tirabuzones, brillante y larga hasta la cintura.

Todos habían crecido y madurado y Sandra tuvo que admitir que ni siquiera eso había menguado un ápice su confianza en ellas; sus maestras, aquellas que habían arriesgado su vida por salvarlos dos años atrás. Dirigió una mirada elocuente hacia sus dos compañeros y, al comprobar que Ray estaba de acuerdo y que a Cora parecía faltarle tiempo para salir disparada en busca de Marco, decidió aceptar en nombre de los tres.

—Está bien.

Las cuatro brujas parecieron aliviadas por aquella decisión, puesto que acto seguido se volvieron para salir a la calle y los tres las siguieron.

Burgos amanecía con su frío matinal acostumbrado y, mientras se dirigían hacia el coche, Sandra contempló cómo el sol empezaba a refulgir sobre los pináculos de la catedral. Caminaron unos quinientos metros hasta llegar a una plazoleta abierta entre dos edificios y se distribuyeron en dos coches que los tres Elementos conocían de sobra: el Kia Sportage color chocolate de las hermanas Morales y el Dacia Duster de Andie, que esta vez compartía con su hermana. Las dos brujas mayores se sentaron frente a los respectivos volantes y Cora fue destinada al segundo coche, mientras que sus compañeros subían al todoterreno.

El Poder de la Oscuridad (Los Hijos de los Dioses #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora