La ciudad se extendía ante mí, sus luces parpadeando a través del cristal del automóvil mientras avanzábamos en silencio. Estaba sentada al lado de Nícolas, y aunque apenas nos rozábamos, sentía su presencia intensa, una especie de energía que me inquietaba y a la vez me atraía. La proximidad forzada de nuestros cuerpos en el asiento trasero me hacía consciente de cada detalle: su brazo firme cerca del mío, su respiración tranquila, su perfume que parecía oscurecer aún más la noche.
Finalmente, el auto se detuvo frente a un edificio elegante, y cuando el chofer abrió la puerta, Nícolas bajó primero. Extendió la mano hacia mí, y al tomarla, una descarga me recorrió, como si el contacto con su piel quemara. No estaba segura de si él también lo notó, pero yo sí, y sentí cómo mi corazón aceleraba bajo su mirada fija.
Ya en el ático, su hogar —que ahora también sería el mío—, el silencio entre nosotros se hizo más palpable. Observé las habitaciones con la mente en blanco, intentando comprender lo que estaba ocurriendo. Pero antes de que pudiera organizar mis pensamientos, me giré y lo encontré mirándome. Sus ojos me estudiaban, oscuros y misteriosos, como si intentaran leer algo en mí.
—¿Se supone que debemos actuar como una pareja en público? —le pregunté, rompiendo el silencio incómodo.
Nícolas se acercó, sus labios curvándose apenas en una sonrisa contenida. Dio un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotros hasta que sentí el calor de su cuerpo, su presencia envolviéndome como una sombra. En su tono había una mezcla de desdén y algo más, algo que apenas pude distinguir.
—Actuar como una pareja será inevitable, Belle —susurró, su voz tan baja que se deslizó por mi piel como una caricia—. Pero no esperes más que lo necesario.
Sus palabras me calaron más profundo de lo que quería admitir. Mi cuerpo reaccionaba a él de una manera inesperada y frustrante; un escalofrío recorrió mi espalda, y odié sentirme tan vulnerable bajo su mirada penetrante. Estaba a punto de contestarle, de exigirle que fuera más claro sobre sus intenciones, pero el roce de su aliento contra mi mejilla hizo que perdiera toda lógica. En vez de acercarse más, retrocedió, y en su expresión había una chispa de diversión que me enfureció.
Al día siguiente, mis padres organizaron una reunión en nuestra mansión. El ambiente era asfixiante, y aunque intenté mantenerme tranquila, sentía cada mirada sobre mí como una quemadura. Junto a mí, Nícolas no parecía afectado por la atención. Al contrario, se mostraba imperturbable, como si cada palabra aduladora de los invitados fuera una coreografía planeada.
Cuando mi padre se acercó a nosotros, fue directo en sus palabras, agradeciendo a Nícolas por "salvar" la situación familiar. Noté cómo Nícolas lo escuchaba con atención, su expresión seria y sus labios apenas curvados en una sonrisa fría. Cuando respondió, su tono fue impecable, firme:
—Soy consciente de la responsabilidad que tengo. No he llegado hasta aquí para fallar.
Nícolas me lanzó una rápida mirada, y aunque no podía descifrarla del todo, había algo en sus ojos que me hacía sentir expuesta. Como si supiera más de mí de lo que yo misma estaba dispuesta a admitir.
Horas más tarde, ya en nuestro nuevo hogar, la frustración me superó. Caminé decidida hacia Nícolas, quien estaba de pie junto a la ventana, observando la ciudad bajo un cielo nublado. Dejé salir lo que llevaba dentro, sin filtros.
—¿Esto es solo un acuerdo para ti? —pregunté, cruzándome de brazos y mirándolo con el desafío que sentía en cada fibra de mi ser—. Porque si es así, al menos ten la decencia de admitirlo.
Él se giró para mirarme. Me sostuvo la mirada por un largo segundo, y luego avanzó hacia mí con pasos lentos. A medida que se acercaba, mi resolución comenzaba a tambalear. Podía sentir su presencia como una corriente invisible y poderosa. Mis nervios parecían tensarse cada vez más.
—¿Qué esperabas, Belle? —murmuró, su voz baja y suave, pero con un toque de dureza—. Esto es exactamente lo que parece: un pacto. Pero si significa algo más para ti... —dejó que las palabras se desvanecieran mientras su mirada se fijaba en mis labios. No podía moverme, como si el peso de su presencia me inmovilizara.
Por un instante, pensé que iba a besarme. Todo mi cuerpo se preparó para sentir su contacto, pero, para mi sorpresa, se detuvo y dio un paso atrás, su rostro volviendo a adoptar esa expresión seria, casi fría.
—No lo hice por ti, ni por tu familia. Lo hice por mí —me dijo, sin dejar lugar a réplica.
Sus palabras cayeron como una bofetada, y sentí una mezcla de rabia y atracción inexplicable. Sin responderle, me di la vuelta y caminé hacia la habitación. Estaba furiosa conmigo misma, con mi situación y con el maldito magnetismo de Nícolas que parecía enredarme sin remedio.
Horas después, intentaba relajarme en el salón, pero la tensión en mi pecho solo crecía. El día había sido demasiado, y cuando finalmente decidí levantarme, Nícolas apareció de la nada, sosteniendo una taza de té que dejó a mi lado en silencio.
Miré la taza, luego a él, que estaba de pie, mirándome con una intensidad que no había visto antes. Por un segundo, vi una sombra de algo en su mirada; algo que no era frialdad, sino comprensión, y tal vez... algo más. Bajé la vista antes de que él pudiera leerme. Me sentía extraña, vulnerable bajo sus ojos oscuros.
Sin decir una palabra, se alejó, y yo me quedé con la taza entre mis manos, sintiendo el calor del té contra mi piel. ¿Qué escondía este hombre que ahora era mi esposo? Y, peor aún, ¿por qué me importaba tanto?
Ya tarde en la noche, trataba de dormir cuando escuché murmullos provenientes del estudio. Salí de mi habitación y me acerqué en silencio, escuchando a Nícolas hablar en voz baja. Su tono era tenso, y aunque no pude entender todas sus palabras, cada frase parecía cargada de secretos.
Cuando terminó la llamada, el silencio fue absoluto. Me quedé inmóvil, preguntándome si debía entrar o regresar a mi habitación. Antes de que pudiera decidir, escuché un suave toque en la puerta. Mi corazón se aceleró, y no pude evitar sentirme atrapada entre la curiosidad y el miedo.
Nícolas entró sin esperar respuesta, su figura recortada por la luz tenue del pasillo. Caminó hacia mí con pasos seguros, su mirada fija en la mía. Me encontraba atrapada, incapaz de apartar los ojos de él.
—Por ahora, no preguntes demasiado —dijo en voz baja, como una advertencia disfrazada de consejo—. Te protegeré de todo lo que necesites, pero hay cosas que es mejor que no sepas.
Mis labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió de ellos. Su proximidad me dejaba sin aire. Su cuerpo, apenas inclinado hacia mí, irradiaba un calor que no había sentido nunca, un calor que me envolvía y me confundía. Mi pulso se aceleró, y una parte de mí deseaba que se acercara más, que borrara esa distancia tortuosa entre nosotros.
Pero antes de que pudiera procesarlo, se apartó y salió de la habitación, dejándome sola y envuelta en una oscuridad que ahora parecía más profunda, más inquietante. Aún sentía el roce de su presencia en mi piel, como una marca invisible.
Mientras me recostaba en la cama, con el corazón aún latiendo desbocado, solo pude pensar en él. ¿Quién era realmente Nícolas Calvin, el hombre con el que me había casado? Y lo peor era que, de alguna manera inexplicable, necesitaba descubrirlo, incluso si eso significaba enfrentar un peligro del que aún no sabía nada.
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Boda de Intereses
RomanceBelle Wall, heredera de las poderosas Empresas Wall, se prepara para una boda que unirá a dos de las familias más influyentes de Nueva York: los Wall y los Calvin. Sin embargo, en el día más importante de su vida, su prometido, Matthew Calvin, desap...