Boda de Intereses

Refugio en la tormenta

El rugido del motor del auto llenaba el silencio entre nosotros mientras la carretera serpenteaba hacia el interior de un bosque denso y húmedo. Nícolas había dicho pocas palabras desde que salimos de la ciudad, su mirada fija en el camino y su expresión más seria de lo habitual.

—¿Me dirás a dónde vamos exactamente? —pregunté, rompiendo el silencio por tercera vez en la última media hora.

—A la casa de los Calvin en Lakewood. —Su tono era neutral, casi distante, pero no frío. —Es un retiro familiar. Necesito revisar algunos documentos antiguos que podrían ayudar en una negociación importante.

Asentí, aunque su respuesta no disipó mi curiosidad. Nunca había oído hablar de esa propiedad, y su repentina necesidad de viajar sin mucha explicación despertaba más preguntas que respuestas.

La casa en Lakewood apareció entre los árboles como un susurro de tiempos pasados. Era una mansión impresionante, de estilo victoriano, con una fachada imponente que parecía resistir el paso del tiempo. A pesar de su belleza, había algo melancólico en ella, como si escondiera secretos entre sus paredes.

—Es hermosa. —Dije mientras bajaba del auto, ajustándome el abrigo para protegerme del viento frío que soplaba desde el lago cercano.

Nícolas no respondió, pero su mirada recorrió la casa con un dejo de nostalgia.

—Vamos. —Dijo finalmente, llevándome hacia la entrada.

Pasaron un par de horas en silencio, mientras Nícolas trabajaba en la biblioteca, revisando documentos y tomando notas. Yo había decidido explorar la casa, fascinada por los objetos antiguos y los retratos familiares que decoraban cada rincón. Una foto en particular llamó mi atención: un joven Nícolas, de pie junto a una mujer mayor que sostenía su mano con ternura.

—Era mi abuela. —Su voz me sobresaltó. No lo había escuchado acercarse.

—Es hermosa. —Dije, devolviendo la foto a su lugar. —Pareces muy unido a ella.

—Lo estaba. —Respondió, y por un momento, su expresión se suavizó. —Ella amaba esta casa. Siempre decía que era el corazón de la familia.

Quise preguntar más, pero algo en su tono me detuvo. Parecía una herida que aún no estaba lista para sanar.

La tormenta comenzó como un murmullo en el horizonte, apenas perceptible entre los susurros del viento y el crujido de las hojas secas bajo nuestros pies. Habíamos decidido caminar hasta el borde del lago al atardecer, un momento de calma en medio de toda la tensión de los últimos días. Pero mientras el cielo se teñía de gris oscuro, el sonido de los truenos se hizo imposible de ignorar.

—Esto no pinta bien —dije, mirando las nubes negras que se acumulaban sobre nosotros.

Nícolas, que siempre parecía tener todo bajo control, frunció el ceño al mirar hacia el horizonte. —Tienes razón. Deberíamos regresar a la casa antes de que empiece a llover.

El primer relámpago cortó el cielo apenas dimos el primer paso hacia el bosque. En cuestión de minutos, la lluvia comenzó a caer con una intensidad feroz, empapándonos hasta los huesos mientras el sendero desaparecía bajo el agua y el lodo.

—¿Estamos lejos? —Pregunté, alzando la voz para superar el rugido de la tormenta.

Nícolas me miró con una expresión grave. —Demasiado. Necesitamos encontrar refugio antes de que esto empeore.

Caminamos por lo que parecieron horas, aunque probablemente solo fueron minutos. Mi cabello goteaba agua fría, y mis botas resbalaban en el barro. La camisa blanca que llevaba puesta se había pegado a mi piel, y el frío comenzaba a calarme hasta los huesos.