Lucas era un chico tímido, con gafas y el cabello despeinado, que se sentía invisible para todos. Una tarde fría y nublada, mientras caminaba solo por una calle antigua del centro, notó un pequeño puesto escondido entre los callejones, casi imperceptible. Una anciana estaba allí, sentada entre flores oscuras y extrañas, que parecían crecer desde la misma penumbra que la rodeaba.
"Chico, ven aquí..." le llamó con voz rasposa antes de que él siquiera pensara en acercarse. Intrigado, Lucas se aproximó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
Ella le ofreció una rosa de un rojo tan intenso que parecía teñida de sangre. "Esta rosa es diferente," murmuró, con una mirada fija y penetrante. "Llévala contigo, en el bolsillo de tu camisa. Quien use esta flor… ganará el encanto que siempre deseó."
Lucas dudó, pero algo en la mirada de la anciana lo atrapó. "¿Qué quiere decir con ‘encanto’?" preguntó con la voz temblorosa.
"Pruébalo, muchacho. Pero recuerda, todo tiene un precio." Le entregó la rosa con una sonrisa enigmática y luego desapareció en la sombra, como si nunca hubiera estado allí.
Lucas se quedó parado, sujetando la rosa. Sintió una extraña energía recorrer su cuerpo cuando la colocó en el bolsillo de su camisa, y la sensación le causó tanto poder como inquietud.
Al día siguiente, Lucas notó cambios. En un abrir y cerrar de ojos, se convirtió en el centro de atención. Cuando hablaba con cualquier chica, sus ojos brillaban de interés, como hipnotizadas, y ellas parecían encantadas con cada palabra.
Julia, una compañera que nunca había reparado en él, se acercó y, como si estuviera bajo un hechizo, susurró: "Lucas… tienes algo especial."
Él sonrió, sorprendido de su propia confianza, pero una voz susurraba en su mente: "Cuidado con el precio…"
A lo largo de los días, su popularidad se le subió a la cabeza. Empezó a actuar de forma arrogante, como si fuera irresistible. La bondad natural que tenía comenzó a desvanecerse, y se deleitaba con el efecto de la rosa, dejándose consumir por esa sensación de poder.
Fue entonces cuando conoció a Clara, una chica misteriosa que parecía inmune al encanto. Intentó impresionarla con bromas, pero ella no parecía en lo más mínimo interesada.
"Hola, Clara. ¿Sabías que tengo encantadas a todas las chicas por ahí?" dijo él, con una sonrisa confiada.
Ella solo lo miró con indiferencia y respondió con frialdad: "¿En serio crees que me impresiona ese tipo de cosas?"
Eso lo desconcertó profundamente. Ninguna otra chica lo había tratado así desde que tenía la rosa. Pero Clara era diferente, parecía desinteresada en su popularidad. Decidido, insistió en conquistarla.
"Ah, venga, Clara," dijo él, en tono presumido. "Tú también caerás, es solo cuestión de tiempo."
Clara suspiró y lo miró, con una mirada que parecía atravesarle el alma. "Lucas, la rosa te ha envenenado," susurró. "No es lo que parece."
Retrocedió, desconcertado. "¿Qué quieres decir?"
Ella suspiró, firme: "Esa rosa… fue la perdición para alguien que conocí. Saca lo peor de las personas, y luego… se las lleva."
Lucas estaba aturdido. La advertencia de la anciana volvió a resonar en su mente, y sintió un escalofrío al darse cuenta de cuánto había cambiado. Desesperado, intentó sacar la rosa de su bolsillo, pero parecía atrapada, como si echara raíces en su camisa.
“No entiendes… ¡La necesito para ser alguien!” gritó, pero sentía que algo oscuro crecía dentro de él.
Clara lo miró con una mezcla de lástima y seriedad. "La verdadera fuerza está en quien eres, Lucas, no en una flor maldita."
Miró la rosa, luchando por arrancarla. Con un impulso de valentía, finalmente logró romperla en dos, sintiendo cómo el encanto desaparecía. Por primera vez, se vio a sí mismo como era antes, vulnerable y sin la máscara que la rosa le había dado.
Lucas respiró hondo y, con el corazón ligero, se acercó a Clara.
"Perdón, Clara. Perdí quién era. Solo quería ser visto."
Ella lo miró con una leve sonrisa. "La mejor manera de ser visto es siendo tú mismo, sin máscaras."
Lucas, ahora sin la rosa, aprendió que no necesitaba encantos para conquistar a alguien especial. La experiencia le enseñó que, a veces, el verdadero poder está en la autenticidad.
Moralidad: No se necesita magia ni encantos para ser aceptado. La verdadera fortaleza está en ser auténtico y fiel a uno mismo.