CAPÍTULO II

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El rey corría a toda prisa por los pasillos de su gran castillo, todo aquel que lo veía quedaba consternado por la herida que presumía en su rostro, por sus guantes manchados y su apariencia en general. Aunque se puso la capa que tanto odiaba para no hacer tan visible el vendaje que usó para cubrir su torso, era más difícil ocultar lo desesperado que estaba.

Muchos intentaron hablarle, pero él solo se concentraba en preguntar por Lancelot, no se detendría hasta encontrarlo.

Se arrepentía de su reacción, no era lo que quería decir, había decidido ser comprensivo con él y todo su esfuerzo quedó desechado en cuestión de minutos. De qué sirvió su agonizante paciencia si al final terminó espantandolo de todas maneras.

En momentos como ese llegaba a desear haber dejado las cosas como estaban, un pensamiento nada usual en él, no era de los que se arrepentía con frecuencia. Pero ya se había resignado a ser tan incoherente cuando se trataba de ese peculiar caballero.

—Lo vi salir por la puerta de la servidumbre, aquella que está en dirección al bosque, mi... mi señor.

Aquella joven mucama quedó con las palabras a medio decir en cuanto le dió una pista útil al rey.

Y aunque Arthur hubiera preferido recorrer el bosque con toda la velocidad que se encontrara en su capacidad, sabía que no debía subestimar a Lancelot. Tenía que estar alerta ante cualquier mínimo indicio de presencia en las profundidades de ese lúgubre bosque.

Vagó sin un rumbo fijo por aquel sendero. Aprovechando esa calma tan falaz para reflexionar un poco sobre lo ocurrido. La herida no le dolía mucho, había pasado por situaciones peores, el problema era que nunca hubiera imaginado encontrarse en una situación así con Lancelot, donde uno lastimara al otro.

Pero pasada la impresión inicial, si lo pensaba bien, debía agradecer que solo haya sido un pequeño corte.

—¿Quien anda ahí?— el rey se puso alerta ante unos extraños quejidos que resonaban entre la espesura de la niebla que poco a poco comenzaba a hacerse más visible— ¿Lancelot?.

Aceleró el paso hasta estar frente a esa figura extraña que parecía retorcerse entre los arbustos, con una voz tan inquietante que comenzaba a intrigar al monarca.

—Ayú...dame...— un débil eco logró ser audible para Arthur.

Cuando distinguió la figura de una anciana tendida detrás del arbusto no dudó más en ayudarla a levantarse. A una corta distancia divisó una pequeña carreta donde imaginaba la propietaria trasladaba sus pertenencias. Estaba muy lejos de ser lo más inusual que podría haberle ocurrido.

—¿Se encuentra bien señora?— con cuidado retiró la capa que llevaba sobre sus hombros y la utilizó para brindarle calor al verla temblar tanto.

—Muchas gracias jovencito, solo un poco adolorida y con algo de frío— la anciana le dedicó una sonrisa tan cálida y sincera que no pudo resistirse a mantenerse con ella un poco más hasta asegurarse que estaba realmente bien.

—No fue nada— no pasó mucho hasta que por su mente cruzó el fugaz recuerdo del porqué estaba ahí en primer lugar — Sabe, puede seguir directo hasta toparse con el pueblo, todos son muy amables y no hay duda de que la acogerán— notó que habló un poco rápido, así que aclaró su garganta y se animó a preguntar lo que quería.— Por cierto, ¿No vió a un caballero pasar por aquí tal vez?

—Desde los arbustos no se puede ver mucho, cariño — bromeó con tranquilidad antes de levantarse y buscar su carreta.

—Tiene razón, lo lamento — el rey suspiró agotado, descansando un momento sobre una de las grandes rocas que estaban cerca. Demasiadas emociones para tan poco tiempo.

—Bebe esto cariño— la anciana se sentó a su costado y le extendió una infusión que tenía un aroma agradable— te ayudará a curar los males del cuerpo y el corazón.

Aunque incrédulo, al rey no le quedaba más opción, aceptó y agradeció por la bebida, dejando que su calidez se llevara sus precauciones.

Mejor de lo que esperaba, tal vez demasiado.

No tardó mucho en dejar de tener el control de su cuerpo.

Lo último que pudo ver con dificultad, fue el rostro de la anciana que mostraba una inquietante sonrisa.

Dejame tomar las riendas del asunto.

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