8 | Capitulo Ocho: Aeropuerto

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Ava POV

El sol apenas comenzaba a iluminar la ciudad mientras manejábamos hacia el aeropuerto. La luz se colaba por la ventanilla, bañando el rostro de Dena en tonos dorados, aunque su expresión seguía siendo apagada. Me dolía verla así, tan distante, tan ausente. Ella era mi roca, la persona que siempre tenía una sonrisa para mí, y verla con esa tristeza oculta me hacía sentir impotente.

—¿Segura que no querés quedarte unos días más? —intenté una vez más, buscando su mirada con la mía.

Dena me dio una sonrisa pequeña, la clase de sonrisa que usaba cuando intentaba ocultar lo que realmente sentía.

—Ava, ya te lo dije, tengo que volver. Mi familia me necesita.

Asentí, aunque no estaba del todo convencida. Sabía que había algo más, algo que no me estaba diciendo, pero no quería presionarla. Dena siempre había sido fuerte, pero todos tenemos un límite, y me preocupaba que el suyo estuviera cerca.

El resto del camino lo pasamos en silencio, solo con la música suave de la radio llenando el vacío entre nosotras. Podía sentir su ansiedad, como si estuviera conteniendo las lágrimas, pero yo no sabía cómo consolarla sin saber qué estaba mal. A veces, quería que me contara todo, pero también entendía que algunas cosas eran demasiado dolorosas para compartir.

Cuando llegamos al aeropuerto, estacioné y ayudé a Dena a sacar sus maletas. Ella me observó, sus ojos se humedecieron un poco, pero los desvió rápidamente, como si quisiera evitar mostrarme sus lágrimas.

—Esperá —dije, y me acerqué a mi bolso, buscando la gorra que había logrado que Franco firmara para ella.

La saqué y se la entregué. Los ojos de Dena se agrandaron al ver la firma.

—¡Ava! ¿En serio lo hiciste? ¿Hablaste con él para esto?

Asentí, sonriendo un poco.

—Claro que sí. Sabía lo importante que era para vos y para tu papá. Era lo menos que podía hacer después de todo lo que vos has hecho por mí.

Ella sostuvo la gorra con ambas manos, mirándola como si fuera el regalo más preciado. Me abrazó fuerte, y yo sentí cómo sus manos temblaban contra mi espalda. En ese momento, supe que algo estaba muy mal, pero no sabía cómo preguntarlo. No quería que se sintiera presionada.

—Gracias —susurró contra mi oído—. Esto significa mucho para mí, más de lo que podés imaginar.

Me aparté un poco para mirarla a los ojos.

—Te quiero, Dena. Y sabés que estoy acá para vos, pase lo que pase, ¿no?

Ella asintió rápidamente, limpiándose una lágrima con el dorso de la mano antes de que pudiera caer.

—Lo sé, Ava. Te quiero como una hermana. No sos de mi sangre, pero eso no importa. Sos mi familia.

Esas palabras me tocaron el alma. Saber que para ella era como una hermana me hizo sentir un poco mejor, aunque la tristeza seguía ahí, pesada en el ambiente. La abracé de nuevo, sintiendo que esta despedida era más difícil que cualquiera de las anteriores.

—Prometeme que me vas a llamar cuando llegues —le pedí—. Y si necesitás hablar, sea lo que sea, quiero que me llames, ¿entendés?

Dena asintió, su sonrisa un poco más sincera ahora.

—Te lo prometo.

La vi desaparecer entre la multitud, levantando la mano para despedirse una última vez antes de entrar a seguridad. Me quedé ahí, mirándola irse, sintiendo una mezcla de alivio y preocupación. Algo me decía que no estaba bien, pero sabía que tenía que darle tiempo para que se abriera conmigo.

BED  ─ Franco ColapintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora