Capítulo IV

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|Provocación|

—El comedor estaba tranquilo, la luz suave de la mañana se filtraba a través de las cortinas de terciopelo, pero nada en la casa parecía tener esa paz genuina que la gente común disfruta.

En mi lugar habitual, con el desayuno servido frente a mí, mis ojos se fijaban en el otro plato vacío.

No era necesario. Sabía que nadie vendría a compartirlo conmigo.

El café estaba caliente, el croissant perfectamente dorado, pero algo faltaba. El aire olía a lo mismo de siempre: lujo, pero vacío.

En ese instante, la puerta del comedor se abrió con suavidad, y la secretaria apareció en el umbral.

Su presencia era tan fría como su voz cuando me dirigió la palabra.

—Señorita River, su madre no vendrá hoy —dijo, su tono sin emoción, casi clínico.

—Ya lo esperaba —respondí sin levantar la vista, mi tono igualmente frío, como si su ausencia fuera tan esperada como cualquier otra tarea sin importancia.

La secretaria, con su expresión neutra, parecía no sentirse incómoda por la falta de conexión entre nosotras.

De hecho, ni siquiera mostraba el mínimo atisbo de molestia. Como siempre, hacía su trabajo con la misma eficiencia que cualquier otro robot en el edificio.

Me incliné ligeramente hacia adelante, mirando el plato vacío en la silla a mi lado, y le pregunté con voz casi despreciativa:

—¿Le dijiste a mi madre que fui yo quien preparó el desayuno?

La secretaria no cambió ni un músculo de su rostro. Su respuesta fue tan impersonal como siempre.

—No lo mencioné, señorita. —Su indiferencia era palpable, casi restando importancia al hecho de que había hecho algo tan insignificante como preparar un desayuno para una persona que ya no se dignaba a estar en su casa.

Me quedé en silencio, dejando que esas palabras se asentaran en el aire.

No tenía por qué explicar nada. No me importaba. Al fin y al cabo, mi madre había elegido siempre estar lejos, como siempre lo hacía, y yo me había acostumbrado a su indiferencia.

¿Por qué debería ser diferente hoy?

Siguió de pie, esperando a que le diera alguna instrucción. Pero no tenía nada más que decir. No valía la pena.

El desayuno quedó olvidado, como todo lo demás. Apenas toqué el café antes de levantarme, dejándolo frío y sin terminar.

No tenía ganas de comer, no hoy. En mi mente, la casa vacía de mi madre era más ruidosa que cualquier conversación, y el silencio de la mañana solo me recordaba lo poco que importaba estar allí.

Subí a mi auto deportivo rojo, el motor rugió con fuerza cuando arranqué.

La velocidad era lo único que me ayudaba a desconectar, a borrar las sombras de mi mente.

Me olvidé de todo mientras conducía por las calles de la ciudad, el viento soplando mi cabello, el sonido del motor como una sinfonía que solo yo podía entender.

Llegué a la universidad en un abrir y cerrar de ojos, sin detenerme a mirar a mi alrededor.

Estacioné con precisión frente al edificio principal y me dirigí rápidamente al interior.

No me importaba si era la primera en llegar, lo hacía por costumbre. Nadie me importaba

Subí las escaleras del segundo piso con pasos firmes, sin prisa, como si nada me pudiera alterar.

ESTRELLAS REBELDESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora