|La estrella que mas brilla|

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El anillo descansaba sobre la mesa, brillando como un desafío, un recordatorio de la decisión que me habían impuesto

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El anillo descansaba sobre la mesa, brillando como un desafío, un recordatorio de la decisión que me habían impuesto. La pequeña sala de té estaba envuelta en un silencio incómodo, roto únicamente por el delicado tintineo de cubiertos en la distancia. Frente a mí, Zeus permanecía sentado, su postura relajada y su traje impecable proyectaban una confianza irritante. Sus ojos, de un azul gélido, se clavaban en mí con la seguridad de quien cree tener la partida ganada antes de jugarla.

Tomé un sorbo de agua, dejando el vaso con una calma calculada. Mi mirada se posó sobre él, directa, desafiándolo.
—Dime, Zeus, si voy a casarme contigo, ¿qué puedes ofrecerme que realmente valga la pena?

Él arqueó una ceja, y una sonrisa ladeada emergió en su rostro.
—Todo.

Rodé los ojos con impaciencia.
—Sé más específico. "Todo" es una palabra que suena grandiosa pero vacía viniendo de ti.

Él se inclinó hacia adelante con una naturalidad depredadora, apoyando los codos sobre la mesa. Sus ojos brillaban con un destello inconfundible de posesión.
—Poder. Estarás a mi lado, y el mundo entero se inclinará ante nosotros.

Una risa seca escapó de mis labios.
—¿Poder? ¿De verdad crees que necesito tu sombra para construir mi propio imperio? Puedo brillar sola, Zeus. No necesito cargar con tus cadenas.

Su sonrisa no titubeó, más bien se amplió, como si acabara de confirmar algo que ya sabía.
—No serías mi sombra, Hera. Serías mi igual. Pero incluso tú sabes que el poder aislado es efímero. Juntos no seríamos simplemente fuertes. Seríamos invencibles.

Me crucé de brazos, buscando controlar el creciente enojo en mi interior.
—Tus promesas sonaban mejor en mi ausencia. Aquí, frente a mí, solo parecen palabras vacías de un hombre acostumbrado a tomar lo que quiere.

Zeus se recostó en su asiento, su mirada nunca abandonando la mía.
—¿Y qué tiene de malo tomar lo que deseo? —preguntó con una mezcla de diversión y desafío, su tono serpenteando como una caricia peligrosa—. Te respeto, Hera. Más de lo que jamás respetaré a nadie. Y no me malinterpretes: respeto no significa docilidad. Lo que siento por ti es más complejo, más salvaje.

Mi ceño se frunció al sentirlo moverse lentamente hacia mí. Sus dedos rozaron mi mano, ligeros al principio, antes de cubrirla por completo. No retiré la mano, pero sentí cómo mi respiración se volvía más pesada con cada palabra suya.
—Hera, no te necesito para sobrevivir. Pero tú y yo juntos… Podríamos reescribir las reglas de este mundo.

Me quedé en silencio, la intensidad de su proximidad empezaba a sofocarme. Sentí su otra mano deslizarse por mi mentón, levantándolo apenas para que nuestros ojos quedaran al mismo nivel. Su voz bajó a un susurro que hizo estremecer cada fibra de mi cuerpo.
—No quiero que lo hagas fácil. Me gusta la lucha. Pero no te confundas: no soy de los que se rinden.

LA JAULA DEL OLIMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora