Parte II - Capítulo XIX

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KAWAAKARI

"El río que resplandece en la oscuridad"

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Parte II

Capítulo XIX

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La noche de luna nueva era la peor noche del ciclo para InuYasha. La oscuridad que lo sumía todo lo arrastraba hacia sus peores recuerdos. Desde que tenía memoria este era un tiempo detestable, toda su debilidad se hacía evidente durante las horas en que el sol se escondía, más aún en los ciclos de invierno. Los siglos le habían enseñado a dejar de temer por su vida, aun así era el momento en que afloraban todas aquellas cosas que lo hacían infeliz.

Se encontraba sentado en el suelo, junto al árbol que custodiaba la tumba de su madre. Se mantenía silente y oculto mientras se acompañaba de la roca que permanecía semi cubierta por el musgo que creció desde la última vez que estuvo aquí. Al principio, durante los primeros años luego que ella había muerto, se acercaba al lugar cada luna nueva que le era posible para sentir un poco menos de soledad. A pesar de los cientos de años transcurridos no podía olvidar el modo en que temblaba de miedo por el abandono, el frío y las abrumadoras emociones que acompañan a su transformación a humano. Se acercaba a la tumba en busca del consuelo que le daba la única persona en quien confiaba. Al principio, durante las primeras transformaciones que recordaba, no sabía lo que le pasaba y su madre carecía del conocimiento suficiente para darle una respuesta. En su estado hanyou los sentidos físicos se hacían más sutiles y era capaz de percibir a una criatura a una gran distancia, tanto por el sonido como por el olor. Del mismo modo, su estado humano lo convertía en un adefesio vulnerable a emociones que no podía manejar. El dolor se convertía en sufrimiento y el deseo en un ansia tan intensa que parecía querer desgarrarle el vientre. Esa era una de las razones por las que la humanidad le resultaba insoportable.

Miró a lo alto y pudo vislumbrar las estrellas por entre las ramas desnudas del roble. El cielo parecía plagado de ellas en esta fría y despejada noche a finales del invierno. InuYasha se preguntó si como hanyou conseguiría ver incluso más allá de las luces astrales que conseguía ver en el cielo durante una noche sin luna con estos ojos humanos. Estuvo seguro que así sería. Se resignó a no poder comprobarlo nunca.

—Me voy, ofukuro. Pronto amanecerá —dirigió aquellas palabras al recuerdo de su madre. Su tono era resolutivo, no obstante había una cierta nostalgia sumergida bajo las capas emocionales que InuYasha poseía y que jamás exploraba.

Se dispuso a recorrer el camino de regreso a su residencia, no obstante volvió a mirar la roca que marcaba el lugar en que había sepultado las cenizas de su madre. No había querido echarlas al bosque, o al agua del lago que tenía cerca, en aquel momento sintió que no quería perder lo que le quedaba de la única persona que lo había tratado con ternura. Suspiró y se acercó a la piedra para comenzar a retirar el musgo que cubría el nombre de su madre. Los kanji fueron apareciendo e InuYasha repasó con una rama caída cada una de las líneas que componían el nombre de Izayoi. Tenía recuerdos tristes de su madre, los que se entremezclaban con la sonrisa que ella le mostraba cuando él aprendía algo que le enseñaba. Todos esos recuerdos permanecían ocultos, casi olvidados, durante sus días como hanyou, sin embargo las noches de luna nueva parecían hechas para buscar en lo profundo.

Finalmente retiró la maleza que había alrededor de la piedra y a continuación tomó camino de regreso a su residencia. En tanto recorría el bosque caminando a paso raudo por los senderos que encontraba, percibió el primer latido en su cuerpo que indicaba que el hanyou estaba regresando. No estaba seguro de la razón sobrenatural que había tras este cambio, Myoga le había dicho que aquello le ocurría a quienes tenían sangre mixta como él, sin embargo InuYasha no había conocido a nadie así hasta ahora. Notó un segundo latido, esta vez más fuerte, y las venas parecieron dilatarse ante la fuerza con que bombeaba su corazón hanyou. Cuando un tercer latido se hizo presente, InuYasha inhaló el aire con fuerza y apreció el poderío invadiendo su cuerpo, también el dolor físico que acompañaba a la transformación. En el momento en que un cuarto y último latido lo sacudió supo que la luna nueva quedaba atrás y la metamorfosis estaba completa. La recibió echando a correr hasta tomar el impulso necesario para subirse a la copa de un árbol y desde ahí oler el aire fresco de la mañana.

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⏰ Última actualización: Nov 16 ⏰

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